CHUPETAS QUE NO SE ACABAN NUNCA
por Begoña Pérez Ruiz
Tropezó
con el puesto de golosinas según salía del Metro. No recordaba haber visto
antes aquel peculiar tenderete ambulante repleto de llamativas piruletas de
todos los colores. Aunque, más que aquellos vistosos dulces, lo que sobre todo
le llamó la atención fue el cartel manuscrito en mayúscula que los anunciaba en
el mismo kiosko:
CHUPETAS
QUE NO SE ACABAN NUNCA
No
era un buen día para ella y, sin embargo, aquello le despertó una sonrisa a
medio camino entre el escepticismo más absoluto y la inocencia infantil.
—Imagino
que con semejante publicidad ya habrá vendido un montón— comentó con cierta
ironía dirigiéndose al vendedor. El hombre resultaba tan peculiar como su
propio negocio. Vestía un mono elástico, de lunares azules sobre fondo blanco y
totalmente ajustado al cuerpo, remarcando su constitución enjuta. Un ridículo
sombrero negro de copa le servía más para tapar su calva, que para adornar una
cabeza donde resaltaba un rostro nada hermoso. Se vio obligada a mirarle solo a
los ojos, ante la falta de armonía de aquel semblante. Se reflejo en el tono
anaranjado de unos iris que la miraban con una amabilidad infinita.
—En
realidad no he vendido ninguna aún, ya sabe, en estos tiempos la gente es un
tanto incrédula—. Su voz llegó a los oídos de ella como una caricia risueña,
con el tono juvenil del que, sin embargo, parece haber vivido mil años. Ella se
sintió confusa.
—Quiero
comprar una, esta de color verde— lanzó las palabras sin atreverse a volver a
mirar al vendedor a los ojos, pero movida por una verdadera necesidad.
—Usted
no parece una persona crédula— ella hubiera deseado decirle que no lo era.
Trabajaba como física teórica. Bueno, en realidad acababa de dejar de trabajar
de ello hacía solo unas horas. Sus superiores en la universidad le comunicaron
que la beca se le había acabado y que no había más dinero. Adiós a sus teorías
sobre multiversos. Sin embargo, no dijo nada, mientras daba vueltas a la
piruleta son sus dedos.
—¿Cuánto
es?
—Para
usted es gratis, parece que no haya tenido un buen día...— la certeza que
imprimió aquel en una frase tan simple la alarmó.
—¿Por
qué las llama chupetas y no piruletas? — preguntó, tratando de
alejar una inquietud que no atinaba a comprender.
—En
el mundo del que procedo, se las llama así—. Ella no añadió nada, incapaz de
atreverse a preguntarle por ese mundo.
Simplemente le dio las gracias con una sonrisa y se alejó.
Una
semana más tarde, cuando por fin tuvo valor de volver al lugar donde descubrió
accidentalmente aquel tenderete, no pudo dar con él. Llevaba en la boca su
piruleta verde, aquella que aún no se le había gastado un ápice tras varios
días consumiéndola. Y sobre todo traía en su mente una revelación sobre los
mulviversos, la solución a su teoría que había llegado hasta ella mientras
probaba la piruleta por primera vez.