Book Tag: Sugestoes

martes, 28 de julio de 2015

Hola a tod@s,Hace ya bastantes días, la simpática Katia, del blog Dragones literarios me etiquetó en un Book Tag. Y aunque me hizo muchísima ilusión por ser la primera vez que alguien piensa en mí para estas cosas, problemas de tiempo me han impedido hacerlo hasta hoy, mil perdones, Katia. Me disculpo también por adelantado con Violeta, del blog Fantasy Violet y con Lilly, del blog Mi oasis de palabras ; lo siento chicas, pero tardaré también un tiempo en contestar a vuestros amables premios, más con las vacaciones a las puertas...

Las reglas son sencillas:

1. Decir quién te nominó.
2. Sugerir una serie, una película, una comida y un libro que te gusten.
3. Nominar a 10 blogs y comunicarles que lo has hecho.

Bueno, sin más, allá voy...

SERIE

Podría deciros que recomendar una entre el millón que hay es difícil, pero os mentiría, pues como buena whovian que soy mi serie favorita no es otra que Doctor Who. Si aún no habéis visto nada de ella, os la recomiendo encarecidamente. Y si tuviera que hablar de una segunda en mi lista, sin duda sería Buffy, cazavampiros.




PELÍCULA

Sí, hay muchas más que series que recomendar, pero me voy a ir por la vía rápida y sencilla. Voy a recomendar la segunda película que yo vi en un cine (así de vieja soy), pues me marcó para toda la vida: Star Wars. Yo era sólo una niña, pero desee con toda mi alma poder volar en el Halcón Milenario junto a Han Solo y destruir un millón de estrellas de la muerte... Mi novela de space-opera Azul, el poder de un nombre, no sería posible sin este referente.



COMIDA

Esta es la elección más difícil hasta el momento, que conste, y es que soy bastante tragona (y también golosa), me gusta casi cualquier comida, nacional o extranjera. Pero si he de decidirme por una... la paella.


LIBRO

No he dejado para el final esta sugerencia sin querer, para mí nombrar un título entre los cientos que adoro me es lo más difícil. Tras mucho meditar, y obviando Fragmentos de Honor de Lois McMaster Bujol (una de mis escritoras favoritas), que debe ser el libro que más veces he leído, voy a mencionar el que más me hizo pensar de uno de mis más adorados autores de literatura fantástica: Soy Leyenda  de Richard Matheson.




Y mis nominados... aunque ninguno de los que menciono está obligado a hacerlo si no le apetece o no encaja en su blog, sólo que quería nombrar a diez blogs amigos con los que comparto lecturas. Siento que muchos otros se hayan quedado fuera. Besos a tod@s.

-Cristina de Imperfect Books
-Becca de Not that geek
-Wakimiro de Wakimiro
-Violeta de Fantasy Violet
-María de Los libros de María Antonieta
-Rossy de Lo que leo
-Los simpáticos de Abracalibros
-Francis de Narradores de sueños
-Silvia de Fervenzas de verbas

¡Ya tiene portada!

martes, 21 de julio de 2015

Hola a tod@s, ésta es una entrada cortita, pero muy especial, pues llevo mucho tiempo deseando hacerla. La editorial Éride ya me ha mandado la portada de mi novela, es la definitiva, con las últimas modificaciones que les pedí. Así que aquí está, para que todo el mundo que quiera pueda verla, pues me moría de ganas de enseñarla, espero que guste. 



Y ahora he de sufrir un poco más, hasta finales de octubre, aproximadamente, para ver Azul, el poder de un nombre. Samidak ya publicado en forma de libro y a la venta en librerías en busca de algún lector. ¡Qué ganas!

 Para quien siga Goodread, comentaros que la ficha de mi libro ya está colgada allí (www.goodreads.com/book/show/25778324-azul-el-poder-de-un-nombre-samidak?ac=1), cortesía de mi ángel de la guardia en esa red social, Patricia Rouco, del blog: /http://cadalibrounmundoblog.blogspot.com.es/. En fin, muchas gracias a tod@s los que estáis apoyándome desde la blogosfera o fuera de ella, estoy feliz y emocionada. ¡Nos leemos!


Capítulo tres de Samidak

lunes, 13 de julio de 2015



Hola a todos, pues ya estamos en pleno julio y toca subir al blog el segundo capítulo de mi novela Azul, el poder de un nombre. Samidak. Como ya anuncié (vuelvo a repetir este mensaje, lo siento si resulto pesada), cada mes publicaré un capítulo para ir abriendo el apetito lector, hasta que en octubre sea publicada ya al fin como libro. De todas maneras, todo aquel de vosotr@s que lo desee, puede mandarme un mail con su dirección postal y le haré llegar, de manera gratuita, la revista publicitaria de mi novela, donde aparece el adelanto de los seis primeros capítulos que voy a ir colgando aquí mismo. Siempre es más cómodo leerlo en papel, así que os invito a que os animéis a pedirme esta publicidad de mi libro. ¡Disfrutad de la lectura!


CAPÍTULO 3. LA OSCURIDAD FUERA DEL ESPACIO

-Tómate tu tiempo, no voy a presionarte, sólo quiero saber exactamente qué es lo que ha pasado.- El maestro Siberius acentuó cada una de sus palabras con la mayor amabilidad de que fue capaz. Y aún así, Azul no dejó de ver hipocresía en su mensaje. Estaba acostumbrada a tratar con los maestros de los orfanatos de la Federación. Todos eran iguales, independientemente de su raza. Había pasado por demasiados en sus doce años de vida. Daba igual en qué planeta estuvieran, todos los cuidadores y maestros eran similares en este tipo de instituciones. Azul llegó a la conclusión de que la Federación debía tener una escuela especial para formar a ese tipo de personas. Aunque dada la frialdad de su carácter, se podría más bien pensar que procedían de una fábrica donde los adoctrinaban y se les moldeaba a la medida de su trabajo.

Azul se sintió derrotada, tanto como en situaciones parecidas que ya había sufrido en otros orfanatos. No era verdad que pudiera tomarse todo el tiempo del mundo para contar lo que había pasado. Y, por supuesto, a Siberius lo que menos le importaba era saber lo que había pasado exactamente.
Azul era sólo una niña, pero demasiado inteligente para creerse aquello. No era la primera vez que le tocaba estar así, siendo diseccionada por la mirada de un maestro cuidador que ya la había catalogado de antemano como problemática. Y eso sólo porque su procedencia no estaba dentro de la Federación. Su origen seguía siendo desconocido y su naturaleza se empeñaba en demostrárselo a cada momento. Azul se rascó la cabeza, como acostumbraba a hacer antes de afrontar un problema, no deseaba correr a contar su versión de los hechos. En realidad, tampoco sabía si quería contar su versión, de nada iba a servir. Y aún así, aprovechó para meditar antes de hablar:
-No tengo mucho que decir, maestro. Aquel niño, Nevi, se estaba portando mal. Yo se lo hice ver, pero él no quería dejar de hacerlo.

-¿Qué mal obraba Nevi?.- preguntó el maestro Siberius con escasas ganas, disimulando su deseo de zanjar el problema y solicitar cuanto antes el traslado de Azul. Llevaba más de treinta charlas similares a esa con la cría en apenas cuatro meses, y estaba más que cansado de ello, no soportaba más a esa niña extraña. Su sola visión le ponía nervioso y tenía que contenerse para que nadie se lo notara. Era una niña preciosa y descaradamente inteligente, tanto, que Siberius se sentía idiota en su presencia, y eso le sacaba de sus casillas aún más, no podía tolerarlo, tenía que echar a Azul de su orfanato.

No era de extrañar que la niña contara con un expediente tan conflictivo. Después de doce años, la Federación aún desconocía quiénes eran sus padres y su posible planeta de origen. Una extranjera, empeñada en ser tratada como tal y que no parecía tener deseos de acatar las normas que trataban de imponerle. Era salvaje y poco dada a comunicarse con los que la rodeaban. Justo lo contrario por lo que abogaba la Federación a la hora de educarla.

-Pues ya sabe, ¿o es que nadie se lo ha contado antes que yo?- contestó Azul con aburrimiento.
-¡Niña, no seas tan arrogante y responde a mi pregunta!- le gritó Siberius tratando de mostrarse autoritario como su puesto requería, pero notándose inferior ante la presencia de la niña.
-Ese niño tonto estaba maltratando a un ogo salvaje, le estaba lanzando piedras.- Azul adoraba a todos los animales con los que se encontraba, así como a cualquier tipo de planta. La poca empatía que deseaba compartir con la gente, se multiplicaba cuando trataba de comunicarse con algún animal o admirar un simple árbol.
-¿Y por algo tan nimio le partiste los dos brazos?- volvió a preguntar Siberius con un tomo más que acusador.
-Yo sólo me limité a zarandearle para que dejara de lanzar piedras.- respondió Azul sin apenas inmutarse por la furia contenida de Siberius.
-¿Acaso no sabes a estas alturas que un simple zarandeo tuyo puede herir a cualquier niño? ¿Aún no has aprendido a medir tus fuerzas?- Azul agachó la cabeza ante tal acusación. Sabía que nada podía alegar, no tenía la culpa de ser como era, pero tenía que aprender a disimularlo o mitigarlo de alguna manera en el trato diario con los que la rodeaban.

Su constitución era más fuerte y resistente, más ágil y rápida que cualquier raza conocida, en comparación con ella hasta una estirpe violenta y dura como los cthulkugs estaba por debajo de sus habilidades. Era de suponer que esta enorme diferencia jugara siempre en su contra, convirtiéndola en una extraña ante el resto. Se hacía difícil saber si Azul se presentaba como una niña conflictiva por su anómala naturaleza, o si el sentirse forastera entre los demás le hacía reaccionar así. Azul no se encontraba feliz en una Federación que tampoco parecía querer que la niña llegara a sentirse bien acogida. Azul podía leer en las reacciones de Siberius su deseo de enviarla a otro destino, pronto le tocaría irse a un nuevo orfanato.

-Esto, pequeño demonio, es la gota que colma el vaso.- Azul odió con toda sus alma a aquel hombre por llamarla de esa manera, no le gustaba que los demás la vieran como un monstruo. Apretó sus puños hasta hacerse daño para no reaccionar de forma violenta.
-He tratado de ser paciente contigo y si tú hubieras reaccionado bien habrías aprendido mucho aquí, pero está claro que no quieres hacerlo. Así que hablaré con tu tutora para que seas enviada a un destino lejos de aquí. Y yo mismo aconsejaré que sea un lugar menos acogedor para que te acuerdes de lo que has perdido.- Siberius había tratado de contenerse al recibir a Azul aquel día. Pero no podía disimular más lo mucho que le desagradaba el comportamiento de la niña y todo lo que ella representaba.

Azul notó más que nunca ese odio contenido y aunque le hubiera gustado defenderse de él, prefirió seguir sufriendo impertérrita aquel bombardeo de rabia. Su tiempo en aquel orfanato estaba a punto de acabarse y lo mejor, considerando sus inexistentes opciones, era limitarse a esperar su nuevo destino. Liberó su mente mientras Siberius seguía lanzando su ataque de ira contra ella.
Se atrevió a ilusionarse pensando en que nada en ella estaba mal, por extraña que pareciera en comparación con cuanto la rodeaba. Se relajó imaginando que en algún momento toda su existencia le sería justificada, desde su propio nacimiento y origen, hasta su forma especial de ver y sentir cuanto la rodeaba. Todo cobraría sentido y merecería la pena, porque ya no sería un ser especial, la última pieza perdida de un puzle, sino que sería una persona plena. Pero hasta ese momento, Azul debía resignarse a ser fustigada por los demás. Era una forastera, sin origen y con un destino incierto, que sólo Azul creía vislumbrar como positivo.

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-No, esta vez no vas a ningún orfanato.-. le dijo Rangana a Azul en el interior de la nave que las trasportaba. La tutora Rangana miró el expediente de la niña negando con la cabeza, como si fuera la primera vez que leyera el historial de Azul. Si bien Rangana se había ocupado de ubicarla de orfanato en orfanato desde el principio. Se suponía que conocía a la perfección la trayectoria de Azul. Aún así, Rangana siempre actuaba de aquella manera.

Llegaba ataviada con su deslucido vestido de seda rosa, cuyo tejido psíquico destilaba un perfume destinado a calmar a aquella con la que tenía que mediar. Pero a Azul aquel olor había acabado por antojársele aborrecible, representaba todo lo que la Federación pretendía hacer con ella: sedarla y convertirla en una ciudadana modelo. Algo que ella misma no estaba segura de querer ser, sin que antes la propia Federación dejara de tratarla como un bicho raro. Rangana se atusó su melena verde como siempre hacía tras comprobar que Azul le daba más trabajo del que debería. Aquella mujer pensaba que la niña tendría curiosidad por preguntar cuál sería su próximo destino, pero la pequeña era consciente de que si indagaba en el asunto, a la única a la que hacía un favor era a Rangana. A la tutora le encantaba estar ante ella haciéndose la interesante, con el poder que le daba su cargo. Por eso, si Azul sentía una mínima curiosidad, no estaba dispuesta a expresarla. Tampoco le preocupaba en gran medida si su nuevo hogar no era un orfanato.

-Veo que poco te importa.- expresó molesta Rangana mientras contemplaba como la niña se limitaba a mirarse la punta de las botas.
-Cuando ingreses en la escuela militar de Zahirus, ya tendrás tiempo de echar de menos las otras opciones anteriores que has desaprovechado con tu mala conducta. Pensándolo bien, con el férreo trabajo que te impondrán, ni siquiera podrás pararte a añorar nada.- Azul no dijo ni una sola palabra, si Zahirus era su nuevo destino no iba a cuestionarlo. Poco podía hacer para salir de la espiral que la Federación le imponía. Quizá en el futuro tendría más opciones, incluso podría encontrar su verdadera procedencia.

Cuando la nave de transporte llegó a Zahirus, Azul descendió hasta la superficie con la tutora Rangana, como si estuviera sólo de visita turística, sin dar demasiada importancia a todo aquello, Zahirus era un planeta gris y frío. Daba igual la estación del año en que uno lo visitara. Los diversos anillos que circundaban el planeta producían un efecto congelador en su superficie. Siempre hacía frío, aún con sus dos soles.
Esta temperatura gélida era del agrado de los zahirianos, una raza mitad humana, mitad ciborg que debía su existencia al genio Zahirus Samario.
La historia de Zahirus Samario no dejaba de ser curiosa. Había sido una figura clave en las primeras décadas de la Federación, de eso hacía más de dos mil años. Era un científico irinio de brillante inteligencia y genio atrevido. Sus dotes habían contribuido a cimentar los pilares de una Federación que daba sus primeros pasos como sociedad intergaláctica. Pero su talento era demasiado avanzado, incluso para los cánones de una época que nacía con el convencimiento de garantizar la libertad de pensamiento y obra a todos sus científicos y mentes más destacadas.

Zahirus se caracterizaba por ser demasiado audaz en sus planteamientos tecnológicos, sus ideas sobrepasaban lo que los altos mandos federativos imponían en su código  deontológico. Aquel científico cuestionaba la ética cruzando sus fronteras con sus ideas. Su mayor ambición era crear vida inteligente a partir de maquinas. La propuesta incomodaba bastante a sus superiores federativos por sí sola. Era algo considerado blasfemo, nadie, salvo el propio Zahirus, veía aquello como algo positivo, un avance necesario. Además, su idea iba más allá, no sólo serían máquinas pensantes, serían mitad máquinas, mitad humanos, ciborgs, una nueva raza. Para ello estaba dispuesto a ofrecer su propio tejido humano y su secuencia de ADN creando con ella clones como base de la mitad humana de sus ciborgs. Zahirus estaba convencido de que una raza ciborg sería de gran ayuda en el desarrollo de la Federación.
Pero los altos mandos de ésta no lo veían así, creían que unos experimentos científicos como esos no podían ser permitidos, como se habían dejado de autorizar cualquier tipo de alteración genética superior en humanos. A parte del gobierno de la Federación, la Orden de las Consejeras Doradas, también repudiaba su falta de ética. Nadie tenía derecho a comportarse como un dios.
Zahirus, con el estigma de genio degenerado, fue desterrado de los círculos científicos más influyentes de la Federación. Pero el investigador, lejos de renunciar a sus ideas, prefirió renunciar a la Federación. Así que compró un pequeño y gélido planeta, un lugar desolado conocido con el nombre de MFL 423, lejos de las entonces fronteras de la Federación. Ese yermo paraje fue renombrado como planeta Zahirus. Allí, alejado de los recelos, miedos y rechazos de la Federación, el científico pudo lograr llevar a la práctica su mayor creación: los zahirianos, una estirpe ciborg independiente y dotada de gran inteligencia. Había nacido una nueva raza, era algo que no se podía encubrir por mucho que no contara con la aprobación de nadie en la Federación.
Los zahirianos tardaron más de cien años en ser reconocidos como raza federativa, demostrando ser muy útiles en el desarrollo tecnológico y en misiones bélicas. Eran una sociedad fría, los sentimientos no tenían cabida en ellos. Una raza dura, acostumbrada a trabajar y sin otra ambición más allá de la de desarrollar nueva tecnología.

Azul sintió el glacial aire del ambiente nada más pisar la superficie del puerto zahiriano. Rangana le ofreció un bugo para protegerse del frío, pero Azul lo había rechazado. Odiaba esa ridícula prenda de abrigo que no era otra cosa que un largo chaleco peludo de piel sintética. Así que fingió que el frío no le afectaba demasiado mientras seguía a la tutora. Ésta la entregó a un par de oficiales zahirianos sin gran ceremonia, los zahirianos eran gente más pragmática que diplomática. Rangana apenas se despidió de la niña, se limitó a escupir un:
-¡Ahí te quedas! Espero no volver a verte en una larga temporada. - Azul hizo como que no la escuchaba, lo mismo que los zahirianos que se la llevaron. Aunque para ellos, con su falta de expresividad intrínseca, eso era sencillo.

La niña se fijó en que ambos no sólo vestían igual, sino que su corte de pelo era idéntico y las facciones muy semejantes. Vestían unos monos de un tono gris acero, adornados en el pecho con la insignia de la Federación, la figura del planeta Irinia y junto a ésta la del satélite de la Tierra en fase de cuarto menguante, ambas rodeadas de anillos y pequeñas estrellas. Junto a dicha insignia, lucían la propia de su planeta, una especie de zeta muy angulosa, como si representara un rayo de un intenso color plateado. Su aspecto marcial estaba potenciado por el uso de unas siniestras gafas negras que ocultaba la total falta de expresividad de sus ojos. Las gafas sólo las usaban ante otros burócratas de la Federación, como Rangana, un simple símbolo de cortesía, pues eran conscientes de que muchos humanos se sentían incómodos ante la mirada fría propia de los zahirianos. Azul también reparó en sus brazaletes de soporte vital.
Mientras caminaba escoltada por los zahirianos, escuchando el rítmico sonido se sus pesadas botas, tuvo una impresión que nunca antes había tenido en los otros destinos donde la Federación la había arrojado. Sintió que a los zahirianos, aquellos que iban a ser sus próximos cuidadores y maestros, no les importaba la naturaleza peculiar de Azul, les resultaba indiferente que fuera una criatura especial y no clasificada. Los zahirianos eran seres prácticos, no se preocupaban por ese tipo de diferencias. Azul sería tratada como una estudiante más en la férrea escuela militar de los zahirianos. Esa severidad suponía para Azul estar más cerca de la aceptación como persona de lo que había estado nunca.

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Al principio la nieve era lo que más le costó asimilar. Y ahora, después de tantos años se le hacía imposible pensar en un invierno sin ella. Pero Andrea no había conocido la nieve en su planeta natal. La primera vez que vio nevar estaba en la plantación del señor Tamino, ayudando a preparar la tierra para la siembra.
Ninguno de los compañeros que la rodeaban eran capaces de comprender como alguien era capaz de enloquecer de esa manera por unos simples copos de nieve cayendo. Era el primer trabajo que conseguía en aquel planeta cuyo nombre no sabía aún ni pronunciar. Le costó mucho hacerse entender al principio, tardó meses en poder expresarse lo suficiente en la lengua de los nativos como para poder estar entre ellos sin sentirse incómoda. En los primeros momentos fue duro, tenía en su contra no sólo su ignorancia sobre cuanto la rodeaba, sino también su propia desconfianza. Pero era lo suficientemente inteligente como para saber que tenía que aceptar su destino y adaptarse al nuevo hogar.
Tras superar esa primera lucha interna todo fue más fácil. Pronto empezó a relacionarse con los habitantes del lugar y fue consciente de que necesitaba encontrar un trabajo con el que hacerse valer y poder sobrellevar mejor su nueva vida. No podía por mucho más tiempo seguir viviendo en una cueva en el bosque. No se trataba sólo del frío, la soledad terminaría con ella en menos tiempo.
En aquel planeta, la economía se basaba gran parte en la agricultura. Eso era, en cierto sentido, una suerte. En su mundo natal ella, como todas sus hermanas, se caracterizaban por ser grandes adoradoras de la madre naturaleza, el cultivo de las plantas, especialmente de las medicinales no le eran ajenos. Después de preguntar en varios poblados por los que pasó, consiguió saber en uno, que era probable que el señor Tamino, dueño de una gran plantación, le ofreciera un trabajo.

Cuando llegó a la plantación, se sintió un poco abatida. No había grandes extensiones de árboles, ni abundante vegetación, sólo unos terrenos enormes dispuestos para sembrar algo que Andrea desconocía aún. Pese a su primera impresión, se armó de valor y fue hacía donde parecía estar la vivienda del señor Tamino. Era una construcción rodeada por un alto muro de fina piedra blanca. Al atravesar la cerca de la entrada se encontró en un hermoso y frondoso jardín. Era enorme y tan bien cuidado que Andrea no pudo si no enamorarse de aquel lugar. Mirara donde mirara sus ojos se perdían en los detalles de flores y plantas llenas de color que le eran totalmente desconocidos.

Sus pulmones se llenaron de un aire tan salvajemente puro que a punto estuvo de llorar recordando su planeta natal. Perdidas en ese vergel, con el claro consentimiento de la naturaleza que las rodeaba y en un equilibrio conseguido, se alzaban a ambos lados del recinto unas chozas blancas con tejados de piedra oscura, brillantes como el jade. Algunas personas que estaban junto a las chozas, detuvieron sus quehaceres para mirar a Andrea. No es que fuera extraño recibir visitantes en aquella villa, pero Andrea siempre provocaba sorpresa con su presencia. Poseía una altura superior a la de los habitantes del lugar, algo que ella había tratado de ocultar encorvando su figura sin mucho éxito. Además, estaba el hecho de su pálido tono de piel, el rubio dorado de sus cabellos y el verde intenso de sus ojos.
Había atravesado varias poblaciones de aquel planeta y todos sus habitantes poseían una estatura baja y una piel negra intensa. Nadie tenía un pelo claro como el suyo y el verde de sus ojos sólo estaban acostumbrados a verlo en las plantas. Era normal que la gente la mirara con cierta sorpresa y recelo. Algo que a Andrea le complicaba su deseo de formar parte de ese nuevo mundo. Aquel día, la primera persona que se le acercó fue Coventri, un joven tan estilizado que casi tenía su misma estatura.

-Hola, yo soy Coventri, el encargado de este jardín. ¿Quién eres tú? ¿A qué has venido?- dijo el joven, tratando de ser amable, pero sin poder ocultar su recelo.
-Trabajo, yo Andrea.- la joven pudo articular aquellas palabras con gran esfuerzo, apenas se manejaba aún en paladiano, la lengua más común de aquel lugar. Pese a la corta y confusa presentación, Coventri entendió a Andrea y todo fue más sencillo. La llevó ante su jefe, el señor Tamino, que decidió contratarla pese a su chocante aspecto.
-Alguien con unos ojos de ese intenso verde sólo puede tratar bien mis plantaciones. Eso sí, tendrás que quitarte ese ridículo vestido plateado. Es demasiado corto, en cuanto llegue el invierno te congelarás con él, no es nada práctico y resulta muy llamativo. Coventri te dará unas prendas más resistentes para el trabajo.- Así fue como Andrea se deshizo de lo último que la unía a sus hermanas, sus ropas y consiguió su trabajo.

Y allí fue donde conoció por primera vez la nieve con la llegada del invierno. Y no fue otro, sino Coventri, quien la calmó cuando gritaba alterada corriendo por los jardines. Mientras los fríos copos de nieve caían, ella pensaba que sólo podían ser fragmentos del cielo. Desde aquel día apreció lo mucho que le gustaba el brillo oscuro de los ojos de Coventri y cómo adoraba el tono de su voz que siempre conseguía hacerla sentir bien. No tardó en darse cuenta de que él también la miraba de una manera especial, no con el miedo o la desconfianza de otros.

Y el tiempo no pudo si no certificar que estaban enamorados, así que no tardaron en compartir sus vidas. Andrea se asombró de lo poco que le costó dar ese paso con Coventri. En su planeta natal enamorarse de aquella manera estaba prohibido. Las uniones sólo se celebraban bajo el consentimiento de la Hermana Mayor. Un consentimiento que respondía a la necesidad del grupo, más allá de cada una de las hermanas individuales que le formaban. La descendencia, como los matrimonios, eran controlados por el grupo desde el primer momento.

Pero ahora Andrea vivía en un nuevo mundo, no tenía forma de retornar a su anterior existencia y aunque había muchas cosas que añoraba, tenía otras muchas que festejar en su nueva vida. Merecía empezar de nuevo y ser otra persona. Ella no lo había programado así, nada de eso estaba buscado intencionadamente. Surgió porque alguien como Coventri estaba allí, porque Andrea sabía que sin él nada de eso habría sido posible. Con el paso del tiempo y junto a Coventri, Andrea había olvidado, sin complicaciones, a la mujer que un día fue y se había reinventado convencida de que sólo existía su yo presente. Andrea era feliz trabajando en aquellos jardines y viviendo en la pequeña choza que compartía con Coventri.
Y aún fue más feliz cuando nacieron sus hijos, Chuadu y Nadis. Se sentía tan establecida en su nueva vida, que acostumbraba a olvidar quién había sido y de qué forma había llegado hasta allí. Pero a veces, cuando se esforzaba en pensar felizmente que sólo era la esposa de Coventri y una jardinera de aquellas remotas tierras, algo en su interior le hacía sentir que cometía un crimen al renunciar a su pasado. Y esos instantes de alegría y culpabilidad, finalizaban con el martirio que se infligía al tocar con sus dedos el colgante de su cuello, eterno recuerdo de que hubo un tiempo en que ella no era Andrea y no tenía todo el derecho a la felicidad de que ahora disponía.

Y así habían pasado los años desde que llegó a aquel planeta, sin que realmente pudiera medirlos pues el tiempo no discurría igual que en su tierra natal. Pero ahora volvía a ser invierno y una vez más nevaba. Andrea, que ese día no tenía mucho trabajo pendiente, se deleitaba contemplando desde la ventana de su cocina aquel paisaje nevado. Los niños no tardarían en regresar de la escuela del pueblo y entonces ella tendría que salir un momento a verificar que las últimas matas de la zona sur estaban creciendo bien. Y luego regresaría con leña para que el fuego se mantuviera vivo por la noche, y la pequeña casa estuviera caliente.

Era todo sencillo y agradable, y aunque Andrea rara vez pensaba de manera negativa, aquel día se sorprendió a sí misma al presentir malos augurios. Y por más que quiso librase de ellos, no podía dejar de creer que algo nefasto estaba a punto de suceder. Entonces fue consciente de que esos oscuros augurios nacían de su pasado, de eso que ya no existía. No pudo evitar temblar por algo que no era el frío del ambiente.


Sus sentidos se pusieron en guardia, como acostumbraba a hacer años atrás, cuando no era Andrea quien regía su vida. Sin motivo aparente salió de su casa. Le urgía estar en el exterior, de una manera tan apremiante que ni se molestó en tomar ropa de abrigo para protegerse del frío. Cuando el vapor de su cálido aliento le recordó que debería volver a la casa, ya era demasiado tarde para hacerlo. Nada importaba más que percibir bien todo ese exterior, más allá del frío. Porque el frío quería gobernar en todo el lugar y ocultarle algo que no podía pasar por alto, algo que había allí fuera, que se acercaba a ella.
Andrea se concentró con toda la energía que le fue posible, recordando trazos de la persona que había sido anteriormente, aquella guerrera que podía escuchar en la distancia el simple sonido de una hoja al caer. Evocó a su venerada señora, con el fin de que ésta le diera fuerzas para ver en ese paisaje nevado, lo que venía a por ella. Y fue entonces cuando lo vio, tan claro como el agua de los arroyos, allí en mitad de la nieve, avanzando hacia ella, ajeno a ese lugar, ajeno a ese mundo.
Era como contemplar un paisaje adulterado, más aún, suponía una visión dantesca. El cuerpo de Andrea quiso temblar, derrumbarse ahí mismo donde estaba y darse por vencida. Pero la guerrera que había sido en su mundo natal, no podía rendirse tan fácilmente, aunque estuviera presenciando el fin del mundo. Fue esa otra, que antaño no había sido Andrea, la que tomó posesión de su cuerpo y se dispuso al combate por última vez. Miró al horizonte y contempló en la lejanía como se acercaba el Demiurgo Oscuro. Nadie pensaría que venía a por ella, a hacerla su presa, dada la tranquilidad con la que caminaba. Podría creerse que se trataba de un extraño forastero que se había perdido por aquellas tierras y paseaba por la plantación.

Todo sería así de normal de no ser porque el mundo se había detenido en ese momento y sólo Andrea y el Demiurgo Oscuro eran capaces de percibirlo. No había ni un solo sonido en el ambiente, salvo el de los pasos del Demiurgo acercándose. Andrea se sentía cada vez más mareada por el único olor que lo impregnaba todo, un hedor a azufre que desprendía el Demiurgo, mezclado con un intenso aroma a quemado. El Demiurgo traía el incendio con él, prueba clara de que había salido de caza. Cada uno de sus pasos estaban acompañados por unas llamas de un azul espectral, que envolvían, no sólo sus botas, que le llegaban hasta las rodillas, sino sus dos piernas. Caminaba dejando un gran surco a su paso, al derretir la nieve bajo sus pies. Aún en la distancia, podía verse que los pozos de su rostro que actuaban como ojos, habían adquirido el mismo brillo de las llamas que caminaban con él.

Andrea notó como le miraban esos pozos llameantes, intentando devorarla desde la lejanía. La nieve hacía ahora más visible la infernal figura que se acercaba, ya que la armadura de guerra del Demiurgo brillaba por encima de todo. Andrea contempló como aquella figura de más de dos metros ostentaba su coraza pegada a su cuerpo como una segunda piel. Era de color negro, creada a partir de la materia oscura, aquella que sólo puede ser trabajada por los herreros condenados de los montes de Vaesir, hogar del Demiurgo Oscuro. En el peto de la armadura, labrado en oro, podía verse la horrible cabeza de la serpiente de los cien ojos, Cedoniax, la propia madre del Demiurgo Oscuro. Los guanteletes de la armadura estaban acabados en forma de terribles garras. Y de los codos y los hombros salían, cual espolones, unos afilados arpones. El Demiurgo no llevaba casco, dejaba que el viento azotara su cabellera de color blanco deslucida y llena de greñas. A ambos lados de su cabeza sobresalían unos cuernos picudos del mismo color que su pálido cutis. No eran otra cosa que sus horribles orejas. Si todo ese conjunto no era suficiente para mirar al Demiurgo como el que ve un demonio, no había más que contemplar la vileza de su sonrisa sádica para darse cuenta de que no podía ser sino el mal andante.

Andrea vio que el Demiurgo portada algo en cada una de sus manos, sujetándolo con el puño cerrado. Al mismo tiempo que ella reparaba en ese detalle, el Demiurgo se dio cuenta de que lo hacía. Entonces, ofreciéndole con sus finos labios, una sonrisa más retorcida aún, el Demiurgo le arrojó desde la distancia, primero uno de los objetos de una de sus manos y luego el otro. El primer impulso de Andrea fue saltar, volando hacia arriba, evitando que aquellos objetos indefinidos pudieran alcanzarla. Mientras saltaba de manera defensiva, al esquivarlos pudo darse cuenta de qué se trataba.
En la distancia los había catalogado sólo como unos bultos redondeados, pero cuando los tuvo cerca, para su más absoluto horror, pudo contemplar que no eran otra cosa sino las cabezas de sus dos hijos: Chadu y Nadis. Andrea se quebró totalmente y cayó en la nieve como un pájaro abatido. El espíritu férreo de la que antaño fue se evaporó de todo su ser, se sintió tan rota, que si no fuera por el dolor habría pensado que estaba muerta:

-Tinea, mi señora, perdóname por haberte fallado y asísteme en mi final.-susurró débilmente recordando su vida en su planeta natal. Mientras, cada vez más cerca podía oír la risa macabra del Demiurgo Oscuro que se acercaba hasta ella. Tendida en el suelo, Andrea sólo podía atinar a acariciarse la piedra de Shantina que colgaba en su cuello.
-Antea, Antea... ¿de verdad pensaste que podrías escapar y esconderte de mí tan fácilmente?- el Demiurgo Oscuro ya estaba a sus lado y sus palabras vibraban en los oídos de Andrea como rugidos. Quería llevarse las manos a las orejas para no escuchar tan desagradable voz. Pero ya sólo tenía fuerzas para llorar mientras las carcajadas del Demiurgo rompían el mismo aire.

-¿Acaso no sabes que tu misma piedra de Shantina me trajo hasta aquí?, esas radiaciones que emite son imposibles de pasar por alto. Puedo tardar más o menos en encontrar su rastro, pero siempre doy con él. Deberías haber roto la piedra, ¡maldita idiota!, si no querías que mi medallón de Shantina te encontrara. Ahora morirás, como han muerto tus hijos. Si quieres que sea rápido dime cuanto antes dónde está la hija de Tinea que te llevaste contigo a través del portal.- Andrea no dijo nada, simplemente sorbió sus lágrimas y esperó a que el Demiurgo acabara con ella. No tenía fuerzas para replicar, ni siquiera para contestar que, la que ahora era conocida como Azul, estaba muy lejos de allí, pero que desconocía dónde. El brillo de los ojos del Demiurgo mudó, las llamas que poblaban el vacío de sus cuencas se tornaron rojas. No estaba dispuesto a esperar más una respuesta.
-¡Zorra estúpida! Si no quieres hablar, peor para ti, más lenta será tu agonía final. Yo puedo localizar a esa cría con tu piedra de Shantina.- El Demiurgo Oscuro alargó la garra con su guantelete para arrebatarle a Antea su medallón. Pero en ese preciso momento, Antea recordó unas palabras de su señora Tinea:
-La piedra de Shantina es una joya sagrada, no es fácil de destruir. La mejor manera es golpeándola contra otra piedra igual. Cuida de esta que te doy, es el pasaporte para salvar a mi hija.
Antea vio la propia piedra de Shantina del Demiurgo Oscuro colgando sobre su pecho y entonces supo lo que tenía que hacer. Buscó en los rincones de su derrotado cuerpo si quedaba algún mínimo resquicio de la fuerza que la había abandonado. Agarró su medallón y con un ágil salto se impulsó estrellando su piedra contra la del Demiurgo. Éste gritó, como sólo puede gritar el trueno cuando tiene voz. La misma tierra tembló y el eco del grito desgarró la cima de los montes lejanos.
-¡Maldición! ¡No sabes lo que has hecho! Tu tortura va a ser eterna.- la figura del Demiurgo se cubrió toda ella con una capa de fuego. Era la llama del puro odio que destilaba. Sin la piedra de Shantina de Antea no podría dar con la niña de Tinea. Pero al ser destruido su propio amuleto de Shantina, él mismo no podía abrir portales a otros mundos. Estaba desterrado, condenado en el planeta donde Antea había vivido como Andrea.

Antea era también consciente de este hecho. Había condenado al Demiurgo Oscuro, pero también al planeta que ahora pisaba. Aunque la condena de un mundo suponía la salvación de millares de ellos. Porque ahora y de momento, Azul estaba a salvo. Antea supo que su señora Tinea había velado por ella en esos instantes finales.

Una esquirla afilada de los restos de la piedra de Shantina brillaba en su ensangrentada mano. Con rapidez la llevó hasta su cuello y se cortó con ella la garganta, no estaba dispuesta a sufrir más castigos del Demiurgo Oscuro. Éste, al ver que la presa de su venganza se le escapaba sin disfrutar arrebatándole él la vida, volvió a gritar. Parecía imposible que su nuevo aullido pudiera ser más agudo que el anterior, pero lo fue. La tierra ahora no sólo tembló, sino que se agrietó como si sufriera un terremoto. El Demiurgo Oscuro ardió con un odio supremo, sabedor de que tardaría mucho en regresar a sus dominios. 

¡Ya hay fecha para la segunda entrega de Vango!

lunes, 6 de julio de 2015

Hoy no puedo sentirme más feliz. Hace unos días publiqué en este blog una reseña de un libro más que especial, la primera entrega de Vango. Todos los que la leísteis, quedasteis informados de lo maravillosa que es esta historia y cómo recomiendo su lectura. Pero también os comuniqué, con gran pesar, que la trama tiene un final abierto y que la lectura de su segunda parte, cuando llegas a la última página de Vango, se hace tan necesaria como respirar.

Bien, pues el fin de mi sufrimiento, y el de mi adorada amiga Mar, ya tiene fecha. La editorial, Liebre de marzo, se ha puesto en contacto conmigo, atendiendo a mi consulta y muy gentilmente me han comunicado que Vango, el príncipe sin reino (aún no puedo asegurar que ésta sea la traducción concreta de la segunda entrega) verá la luz en España para principios del mes de noviembre. 
Mil gracias le doy a esta editorial, no sólo por tal información, sino por arriesgarse a publicar esta joya literaria. Por favor, ¡leed Vango!, no os arrepentiréis




Vango

miércoles, 1 de julio de 2015


Ficha bibliográfica:
 
 
 
 
Título: Vango
Autor: Timothee de Fombelle
Editorial: La liebre de marzo
Precio: 20 euros


Sinopsis:

Vango es un joven que en 1934, ante la catedral de Notre Dame de Paris, está a punto de tomar sus votos para convertirse en sacerdote. Pero antes de que su destino eclesiástico se cierre, tendrá que huir en plena ceremonia perseguido por la policía y disparado por un siniestro desconocido. A partir de entonces, la historia saltará, no sólo de escenario en escenario de este convulso momento en la historia de Europa, sino también del presente al pasado de unos años atrás, en post de la verdadera y oculta identidad de Vango, desconocida por él mismo.


Bueno, seré clara y empezaré esta reseña haciendo una declaración: este, hasta día de hoy, es el mejor libro que he leído en lo que va de año. También he de hacer una confesión: adoro el folletín francés, esa forma de escribir que sólo poseen unos pocos y envidiables genios (Dumas, Féval, Ponson du Terrail...), un selecto club en el que Fombelle convive. Y por último, y lo más doloroso antes de ponerme propiamente a hablar de Vango, he de lanzar un improperio: ¡Maldita, sea! ¡¿Cómo es posible que este libro tenga una segunda parte y que el primero me deje con tanta necesidad de leerla?! Deseo, con ansiedad, que la editorial no tarde nada en sacarla, un deseo tan enorme como mi gratitud por arriesgarse a publicar este libro, en un mercado editorial tan tomado por las grandes editoriales como es el nuestro.

¿Qué es Vango? Me pregunté la primera vez que sostuve este maravilloso libro entre mis manos. Lo cierto es que la portada no me daba grandes pistas, con ese enorme dirigible en pleno vuelo. Antes de arriesgarme a leer la sinopsis, pensé que el título del libro hacía referencia al dirigible y no a personaje alguno. Lo cierto es que tampoco puedo decir que la portada haga justicia a la espléndida historia que se esconde en su interior. Pero yo jugaba con ventaja al acercarme a este libro, y es que ya conocía a su autor. Lo había disfrutado como creador de Tobi Lolness, una historia publicada en dos volúmenes por la editorial Salamandra, hace unos ocho años. Los dos libros que narran las peripecias de Tobi Lolness son, bajo mi parecer, de lo mejor que se ha podido escribir para un público infantil-juvenil. Yo tuve la fortuna de descubrirlos, leerlos y disfrutarlos, cuando se publicaron por primera vez en castellano y recomiendo a todo buen lector, que se deje atrapar por la magia y aventuras de estos libros, tan llenos de humanidad y con un mensaje tan profundo en favor de la naturaleza que nos rodea. Tobi roba el corazón de cualquier lector sensible, como lo hace ahora Vango.

Creo que tardé como tres líneas en meterme en una historia, cuyo inicio (una ordenación de jóvenes sacerdotes), era, a priori, tan poco emocionante y atractivo. La verdad es que no me demoré mucho más a la hora de enamorarme de Vango y sentir la necesidad de correr con él por los tejados de Paris y más allá, en busca, no sólo de su destino, sino también de su oculta identidad y extraño pasado. La historia está escrita con un ritmo electrizante, cinematográfico, que hace que te sea imposible no estar dentro de sus escenarios, escuchando, viendo, oliendo todo cuanto se describe, más que leyéndolo. No puede ajustarse más al calificativo de lectura adictiva, no puede atraparte más. Y no sólo es por la trepidante acción de la trama, ni por los escenarios de esa Europa convulsa, que está acercándose al horror de la Segunda Guerra Mundial, tras un más que agitado inicio de siglo. No, no sólo te atrapa la época, los lugares y las referencias históricas de interés.

Hay un añadido más, un extra que convierte a este libro en una joya: sus personajes. Soy de la opinión de que un libro, por buena u original que sea la historia, no está vivo si no lo están sus personajes, si el autor no consigue que los ames, o los odies, no merece la pena ser leído, o al menos no merece la consideración de libro redondo. Parece algo muy simple, una cosa pequeña, sencilla, pero no lo es. Pues esa aparente simplicidad, convierte a ciertas historias en tesoros literarios, y no todos los libros pueden preciarse de serlo, aunque uno disfrute con su lectura. Para mí, Vango, lo es, una joya de libro de esos que descubres entre cientos de lecturas que no estuvieron mal del todo. Así que le doy mil gracias al autor por volver a deleitarme con su gran imaginación y su arte, ese que por desgracia no vierte mucho en forma de libros.

Os aseguro una cosa, no hay ni un sólo personaje de Vango que os vaya a pasar inadvertido, del más grande al más pequeño. Primero nos encontramos con el joven Vango, que no sin razón da su nombre al libro. Él es el principal, aunque no el único, misterio de este libro, pues, aunque el autor nos va arrojando pistas sobre su identidad y glorioso linaje durante toda la historia, apenas podemos intuir porqué es perseguido sin tregua y porqué su vida corre un peligro continúo. El puzle que encierra su existencia es sólo una minúscula parte de todo el encanto que contiene este inteligente personaje, cargado de talentos y lleno de  atractivo. También me cautivó Ethel, la rebelde e intrépida escocesa enamorada de Vango. El comisario Boulard, es otro de los matices a apreciar en esta obra maestra. Por supuesto, adoro al personaje de Zefiro. Pero hay muchos otros en los que fijar la mente, el corazón e incluso el alma: la Gata, Mazzetta, Hugo Eckener, Pippo Troisi, Mademoiselle... En fin, una auténtica tour de force de personajes peculiares y fascinantes, sin importar de parte de quién están.

Bueno, me he quedado sin palabras de elogio, y puesto que no quiero revelar nada de la trama sólo me queda una cosa que añadir: ¡Leed Vango!


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