Hola a todos, pues ya estamos en pleno julio y toca subir al blog el segundo capítulo de mi novela Azul, el poder de un nombre. Samidak. Como ya anuncié (vuelvo a repetir este mensaje, lo siento si resulto pesada), cada mes publicaré un capítulo para ir abriendo el apetito lector, hasta que en octubre sea publicada ya al fin como libro. De todas maneras, todo aquel de vosotr@s que lo desee, puede mandarme un mail con su dirección postal y le haré llegar, de manera gratuita, la revista publicitaria de mi novela, donde aparece el adelanto de los seis primeros capítulos que voy a ir colgando aquí mismo. Siempre es más cómodo leerlo en papel, así que os invito a que os animéis a pedirme esta publicidad de mi libro. ¡Disfrutad de la lectura!
CAPÍTULO
3. LA OSCURIDAD FUERA DEL ESPACIO
-Tómate tu tiempo, no
voy a presionarte, sólo quiero saber exactamente qué es lo que ha pasado.- El
maestro Siberius acentuó cada una de sus palabras con la mayor amabilidad de
que fue capaz. Y aún así, Azul no dejó de ver hipocresía en su mensaje. Estaba
acostumbrada a tratar con los maestros de los orfanatos de la Federación. Todos
eran iguales, independientemente de su raza. Había pasado por demasiados en sus
doce años de vida. Daba igual en qué planeta estuvieran, todos los cuidadores y
maestros eran similares en este tipo de instituciones. Azul llegó a la
conclusión de que la Federación debía tener una escuela especial para formar a
ese tipo de personas. Aunque dada la frialdad de su carácter, se podría más
bien pensar que procedían de una fábrica donde los adoctrinaban y se les
moldeaba a la medida de su trabajo.
Azul se sintió
derrotada, tanto como en situaciones parecidas que ya había sufrido en otros
orfanatos. No era verdad que pudiera tomarse todo el tiempo del mundo para
contar lo que había pasado. Y, por supuesto, a Siberius lo que menos le
importaba era saber lo que había pasado exactamente.
Azul era sólo una niña,
pero demasiado inteligente para creerse aquello. No era la primera vez que le
tocaba estar así, siendo diseccionada por la mirada de un maestro cuidador que
ya la había catalogado de antemano como problemática. Y eso sólo porque su procedencia
no estaba dentro de la Federación. Su origen seguía siendo desconocido y su
naturaleza se empeñaba en demostrárselo a cada momento. Azul se rascó la
cabeza, como acostumbraba a hacer antes de afrontar un problema, no deseaba
correr a contar su versión de los hechos. En realidad, tampoco sabía si quería
contar su versión, de nada iba a servir. Y aún así, aprovechó para meditar
antes de hablar:
-No tengo mucho que
decir, maestro. Aquel niño, Nevi, se estaba portando mal. Yo se lo hice ver,
pero él no quería dejar de hacerlo.
-¿Qué mal obraba
Nevi?.- preguntó el maestro Siberius con escasas ganas, disimulando su deseo de
zanjar el problema y solicitar cuanto antes el traslado de Azul. Llevaba más de
treinta charlas similares a esa con la cría en apenas cuatro meses, y estaba
más que cansado de ello, no soportaba más a esa niña extraña. Su sola visión le
ponía nervioso y tenía que contenerse para que nadie se lo notara. Era una niña
preciosa y descaradamente inteligente, tanto, que Siberius se sentía idiota en
su presencia, y eso le sacaba de sus casillas aún más, no podía tolerarlo,
tenía que echar a Azul de su orfanato.
No era de extrañar que
la niña contara con un expediente tan conflictivo. Después de doce años, la
Federación aún desconocía quiénes eran sus padres y su posible planeta de
origen. Una extranjera, empeñada en ser tratada como tal y que no parecía tener
deseos de acatar las normas que trataban de imponerle. Era salvaje y poco dada
a comunicarse con los que la rodeaban. Justo lo contrario por lo que abogaba la
Federación a la hora de educarla.
-Pues ya sabe, ¿o es
que nadie se lo ha contado antes que yo?- contestó Azul con aburrimiento.
-¡Niña, no seas tan
arrogante y responde a mi pregunta!- le gritó Siberius tratando de mostrarse
autoritario como su puesto requería, pero notándose inferior ante la presencia
de la niña.
-Ese niño tonto estaba
maltratando a un ogo salvaje, le estaba lanzando piedras.- Azul adoraba a todos
los animales con los que se encontraba, así como a cualquier tipo de planta. La
poca empatía que deseaba compartir con la gente, se multiplicaba cuando trataba
de comunicarse con algún animal o admirar un simple árbol.
-¿Y por algo tan nimio
le partiste los dos brazos?- volvió a preguntar Siberius con un tomo más que
acusador.
-Yo sólo me limité a
zarandearle para que dejara de lanzar piedras.- respondió Azul sin apenas
inmutarse por la furia contenida de Siberius.
-¿Acaso no sabes a
estas alturas que un simple zarandeo tuyo puede herir a cualquier niño? ¿Aún no
has aprendido a medir tus fuerzas?- Azul agachó la cabeza ante tal acusación.
Sabía que nada podía alegar, no tenía la culpa de ser como era, pero tenía que
aprender a disimularlo o mitigarlo de alguna manera en el trato diario con los
que la rodeaban.
Su constitución era más
fuerte y resistente, más ágil y rápida que cualquier raza conocida, en
comparación con ella hasta una estirpe violenta y dura como los cthulkugs
estaba por debajo de sus habilidades. Era de suponer que esta enorme diferencia
jugara siempre en su contra, convirtiéndola en una extraña ante el resto. Se
hacía difícil saber si Azul se presentaba como una niña conflictiva por su
anómala naturaleza, o si el sentirse forastera entre los demás le hacía
reaccionar así. Azul no se encontraba feliz en una Federación que tampoco
parecía querer que la niña llegara a sentirse bien acogida. Azul podía leer en
las reacciones de Siberius su deseo de enviarla a otro destino, pronto le
tocaría irse a un nuevo orfanato.
-Esto, pequeño demonio,
es la gota que colma el vaso.- Azul odió con toda sus alma a aquel hombre por
llamarla de esa manera, no le gustaba que los demás la vieran como un monstruo.
Apretó sus puños hasta hacerse daño para no reaccionar de forma violenta.
-He tratado de ser
paciente contigo y si tú hubieras reaccionado bien habrías aprendido mucho
aquí, pero está claro que no quieres hacerlo. Así que hablaré con tu tutora
para que seas enviada a un destino lejos de aquí. Y yo mismo aconsejaré que sea
un lugar menos acogedor para que te acuerdes de lo que has perdido.- Siberius
había tratado de contenerse al recibir a Azul aquel día. Pero no podía
disimular más lo mucho que le desagradaba el comportamiento de la niña y todo
lo que ella representaba.
Azul notó más que nunca
ese odio contenido y aunque le hubiera gustado defenderse de él, prefirió
seguir sufriendo impertérrita aquel bombardeo de rabia. Su tiempo en aquel
orfanato estaba a punto de acabarse y lo mejor, considerando sus inexistentes
opciones, era limitarse a esperar su nuevo destino. Liberó su mente mientras
Siberius seguía lanzando su ataque de ira contra ella.
Se atrevió a
ilusionarse pensando en que nada en ella estaba mal, por extraña que pareciera
en comparación con cuanto la rodeaba. Se relajó imaginando que en algún momento
toda su existencia le sería justificada, desde su propio nacimiento y origen,
hasta su forma especial de ver y sentir cuanto la rodeaba. Todo cobraría
sentido y merecería la pena, porque ya no sería un ser especial, la última
pieza perdida de un puzle, sino que sería una persona plena. Pero hasta ese
momento, Azul debía resignarse a ser fustigada por los demás. Era una
forastera, sin origen y con un destino incierto, que sólo Azul creía vislumbrar
como positivo.
-------
-No, esta vez no vas a
ningún orfanato.-. le dijo Rangana a Azul en el interior de la nave que las
trasportaba. La tutora Rangana miró el expediente de la niña negando con la
cabeza, como si fuera la primera vez que leyera el historial de Azul. Si bien
Rangana se había ocupado de ubicarla de orfanato en orfanato desde el
principio. Se suponía que conocía a la perfección la trayectoria de Azul. Aún
así, Rangana siempre actuaba de aquella manera.
Llegaba ataviada con su
deslucido vestido de seda rosa, cuyo tejido psíquico destilaba un perfume
destinado a calmar a aquella con la que tenía que mediar. Pero a Azul aquel
olor había acabado por antojársele aborrecible, representaba todo lo que la
Federación pretendía hacer con ella: sedarla y convertirla en una ciudadana
modelo. Algo que ella misma no estaba segura de querer ser, sin que antes la
propia Federación dejara de tratarla como un bicho raro. Rangana se atusó su
melena verde como siempre hacía tras comprobar que Azul le daba más trabajo del
que debería. Aquella mujer pensaba que la niña tendría curiosidad por preguntar
cuál sería su próximo destino, pero la pequeña era consciente de que si
indagaba en el asunto, a la única a la que hacía un favor era a Rangana. A la
tutora le encantaba estar ante ella haciéndose la interesante, con el poder que
le daba su cargo. Por eso, si Azul sentía una mínima curiosidad, no estaba
dispuesta a expresarla. Tampoco le preocupaba en gran medida si su nuevo hogar
no era un orfanato.
-Veo que poco te
importa.- expresó molesta Rangana mientras contemplaba como la niña se limitaba
a mirarse la punta de las botas.
-Cuando ingreses en la
escuela militar de Zahirus, ya tendrás tiempo de echar de menos las otras
opciones anteriores que has desaprovechado con tu mala conducta. Pensándolo
bien, con el férreo trabajo que te impondrán, ni siquiera podrás pararte a
añorar nada.- Azul no dijo ni una sola palabra, si Zahirus era su nuevo destino
no iba a cuestionarlo. Poco podía hacer para salir de la espiral que la
Federación le imponía. Quizá en el futuro tendría más opciones, incluso podría
encontrar su verdadera procedencia.
Cuando la nave de
transporte llegó a Zahirus, Azul descendió hasta la superficie con la tutora
Rangana, como si estuviera sólo de visita turística, sin dar demasiada
importancia a todo aquello, Zahirus era un planeta gris y frío. Daba igual la
estación del año en que uno lo visitara. Los diversos anillos que circundaban
el planeta producían un efecto congelador en su superficie. Siempre hacía frío,
aún con sus dos soles.
Esta temperatura gélida
era del agrado de los zahirianos, una raza mitad humana, mitad ciborg que debía
su existencia al genio Zahirus Samario.
La historia de Zahirus
Samario no dejaba de ser curiosa. Había sido una figura clave en las primeras
décadas de la Federación, de eso hacía más de dos mil años. Era un científico
irinio de brillante inteligencia y genio atrevido. Sus dotes habían contribuido
a cimentar los pilares de una Federación que daba sus primeros pasos como
sociedad intergaláctica. Pero su talento era demasiado avanzado, incluso para
los cánones de una época que nacía con el convencimiento de garantizar la
libertad de pensamiento y obra a todos sus científicos y mentes más destacadas.
Zahirus se
caracterizaba por ser demasiado audaz en sus planteamientos tecnológicos, sus
ideas sobrepasaban lo que los altos mandos federativos imponían en su
código deontológico. Aquel científico
cuestionaba la ética cruzando sus fronteras con sus ideas. Su mayor ambición
era crear vida inteligente a partir de maquinas. La propuesta incomodaba bastante
a sus superiores federativos por sí sola. Era algo considerado blasfemo, nadie,
salvo el propio Zahirus, veía aquello como algo positivo, un avance necesario.
Además, su idea iba más allá, no sólo serían máquinas pensantes, serían mitad
máquinas, mitad humanos, ciborgs, una nueva raza. Para ello estaba dispuesto a
ofrecer su propio tejido humano y su secuencia de ADN creando con ella clones
como base de la mitad humana de sus ciborgs. Zahirus estaba convencido de que
una raza ciborg sería de gran ayuda en el desarrollo de la Federación.
Pero los altos mandos
de ésta no lo veían así, creían que unos experimentos científicos como esos no
podían ser permitidos, como se habían dejado de autorizar cualquier tipo de
alteración genética superior en humanos. A parte del gobierno de la Federación,
la Orden de las Consejeras Doradas, también repudiaba su falta de ética. Nadie
tenía derecho a comportarse como un dios.
Zahirus, con el estigma
de genio degenerado, fue desterrado de los círculos científicos más influyentes
de la Federación. Pero el investigador, lejos de renunciar a sus ideas,
prefirió renunciar a la Federación. Así que compró un pequeño y gélido planeta,
un lugar desolado conocido con el nombre de MFL 423, lejos de las entonces
fronteras de la Federación. Ese yermo paraje fue renombrado como planeta
Zahirus. Allí, alejado de los recelos, miedos y rechazos de la Federación, el
científico pudo lograr llevar a la práctica su mayor creación: los zahirianos,
una estirpe ciborg independiente y dotada de gran inteligencia. Había nacido
una nueva raza, era algo que no se podía encubrir por mucho que no contara con
la aprobación de nadie en la Federación.
Los zahirianos tardaron
más de cien años en ser reconocidos como raza federativa, demostrando ser muy
útiles en el desarrollo tecnológico y en misiones bélicas. Eran una sociedad
fría, los sentimientos no tenían cabida en ellos. Una raza dura, acostumbrada a
trabajar y sin otra ambición más allá de la de desarrollar nueva tecnología.
Azul sintió el glacial
aire del ambiente nada más pisar la superficie del puerto zahiriano. Rangana le
ofreció un bugo para protegerse del frío, pero Azul lo había rechazado. Odiaba
esa ridícula prenda de abrigo que no era otra cosa que un largo chaleco peludo
de piel sintética. Así que fingió que el frío no le afectaba demasiado mientras
seguía a la tutora. Ésta la entregó a un par de oficiales zahirianos sin gran
ceremonia, los zahirianos eran gente más pragmática que diplomática. Rangana
apenas se despidió de la niña, se limitó a escupir un:
-¡Ahí te quedas! Espero
no volver a verte en una larga temporada. - Azul hizo como que no la escuchaba,
lo mismo que los zahirianos que se la llevaron. Aunque para ellos, con su falta
de expresividad intrínseca, eso era sencillo.
La niña se fijó en que
ambos no sólo vestían igual, sino que su corte de pelo era idéntico y las
facciones muy semejantes. Vestían unos monos de un tono gris acero, adornados
en el pecho con la insignia de la Federación, la figura del planeta Irinia y
junto a ésta la del satélite de la Tierra en fase de cuarto menguante, ambas
rodeadas de anillos y pequeñas estrellas. Junto a dicha insignia, lucían la
propia de su planeta, una especie de zeta muy angulosa, como si representara un
rayo de un intenso color plateado. Su aspecto marcial estaba potenciado por el
uso de unas siniestras gafas negras que ocultaba la total falta de expresividad
de sus ojos. Las gafas sólo las usaban ante otros burócratas de la Federación,
como Rangana, un simple símbolo de cortesía, pues eran conscientes de que
muchos humanos se sentían incómodos ante la mirada fría propia de los
zahirianos. Azul también reparó en sus brazaletes de soporte vital.
Mientras caminaba
escoltada por los zahirianos, escuchando el rítmico sonido se sus pesadas
botas, tuvo una impresión que nunca antes había tenido en los otros destinos
donde la Federación la había arrojado. Sintió que a los zahirianos, aquellos
que iban a ser sus próximos cuidadores y maestros, no les importaba la
naturaleza peculiar de Azul, les resultaba indiferente que fuera una criatura
especial y no clasificada. Los zahirianos eran seres prácticos, no se
preocupaban por ese tipo de diferencias. Azul sería tratada como una estudiante
más en la férrea escuela militar de los zahirianos. Esa severidad suponía para
Azul estar más cerca de la aceptación como persona de lo que había estado
nunca.
------
Al principio la nieve
era lo que más le costó asimilar. Y ahora, después de tantos años se le hacía
imposible pensar en un invierno sin ella. Pero Andrea no había conocido la
nieve en su planeta natal. La primera vez que vio nevar estaba en la plantación
del señor Tamino, ayudando a preparar la tierra para la siembra.
Ninguno de los
compañeros que la rodeaban eran capaces de comprender como alguien era capaz de
enloquecer de esa manera por unos simples copos de nieve cayendo. Era el primer
trabajo que conseguía en aquel planeta cuyo nombre no sabía aún ni pronunciar.
Le costó mucho hacerse entender al principio, tardó meses en poder expresarse
lo suficiente en la lengua de los nativos como para poder estar entre ellos sin
sentirse incómoda. En los primeros momentos fue duro, tenía en su contra no
sólo su ignorancia sobre cuanto la rodeaba, sino también su propia
desconfianza. Pero era lo suficientemente inteligente como para saber que tenía
que aceptar su destino y adaptarse al nuevo hogar.
Tras superar esa
primera lucha interna todo fue más fácil. Pronto empezó a relacionarse con los
habitantes del lugar y fue consciente de que necesitaba encontrar un trabajo
con el que hacerse valer y poder sobrellevar mejor su nueva vida. No podía por
mucho más tiempo seguir viviendo en una cueva en el bosque. No se trataba sólo
del frío, la soledad terminaría con ella en menos tiempo.
En aquel planeta, la
economía se basaba gran parte en la agricultura. Eso era, en cierto sentido,
una suerte. En su mundo natal ella, como todas sus hermanas, se caracterizaban
por ser grandes adoradoras de la madre naturaleza, el cultivo de las plantas,
especialmente de las medicinales no le eran ajenos. Después de preguntar en
varios poblados por los que pasó, consiguió saber en uno, que era probable que
el señor Tamino, dueño de una gran plantación, le ofreciera un trabajo.
Cuando llegó a la
plantación, se sintió un poco abatida. No había grandes extensiones de árboles,
ni abundante vegetación, sólo unos terrenos enormes dispuestos para sembrar
algo que Andrea desconocía aún. Pese a su primera impresión, se armó de valor y
fue hacía donde parecía estar la vivienda del señor Tamino. Era una
construcción rodeada por un alto muro de fina piedra blanca. Al atravesar la
cerca de la entrada se encontró en un hermoso y frondoso jardín. Era enorme y
tan bien cuidado que Andrea no pudo si no enamorarse de aquel lugar. Mirara donde
mirara sus ojos se perdían en los detalles de flores y plantas llenas de color
que le eran totalmente desconocidos.
Sus pulmones se
llenaron de un aire tan salvajemente puro que a punto estuvo de llorar
recordando su planeta natal. Perdidas en ese vergel, con el claro
consentimiento de la naturaleza que las rodeaba y en un equilibrio conseguido,
se alzaban a ambos lados del recinto unas chozas blancas con tejados de piedra
oscura, brillantes como el jade. Algunas personas que estaban junto a las
chozas, detuvieron sus quehaceres para mirar a Andrea. No es que fuera extraño
recibir visitantes en aquella villa, pero Andrea siempre provocaba sorpresa con
su presencia. Poseía una altura superior a la de los habitantes del lugar, algo
que ella había tratado de ocultar encorvando su figura sin mucho éxito. Además,
estaba el hecho de su pálido tono de piel, el rubio dorado de sus cabellos y el
verde intenso de sus ojos.
Había atravesado varias
poblaciones de aquel planeta y todos sus habitantes poseían una estatura baja y
una piel negra intensa. Nadie tenía un pelo claro como el suyo y el verde de
sus ojos sólo estaban acostumbrados a verlo en las plantas. Era normal que la
gente la mirara con cierta sorpresa y recelo. Algo que a Andrea le complicaba
su deseo de formar parte de ese nuevo mundo. Aquel día, la primera persona que
se le acercó fue Coventri, un joven tan estilizado que casi tenía su misma
estatura.
-Hola, yo soy Coventri,
el encargado de este jardín. ¿Quién eres tú? ¿A qué has venido?- dijo el joven,
tratando de ser amable, pero sin poder ocultar su recelo.
-Trabajo, yo Andrea.-
la joven pudo articular aquellas palabras con gran esfuerzo, apenas se manejaba
aún en paladiano, la lengua más común de aquel lugar. Pese a la corta y confusa
presentación, Coventri entendió a Andrea y todo fue más sencillo. La llevó ante
su jefe, el señor Tamino, que decidió contratarla pese a su chocante aspecto.
-Alguien con unos ojos
de ese intenso verde sólo puede tratar bien mis plantaciones. Eso sí, tendrás
que quitarte ese ridículo vestido plateado. Es demasiado corto, en cuanto
llegue el invierno te congelarás con él, no es nada práctico y resulta muy
llamativo. Coventri te dará unas prendas más resistentes para el trabajo.- Así
fue como Andrea se deshizo de lo último que la unía a sus hermanas, sus ropas y
consiguió su trabajo.
Y allí fue donde
conoció por primera vez la nieve con la llegada del invierno. Y no fue otro,
sino Coventri, quien la calmó cuando gritaba alterada corriendo por los
jardines. Mientras los fríos copos de nieve caían, ella pensaba que sólo podían
ser fragmentos del cielo. Desde aquel día apreció lo mucho que le gustaba el
brillo oscuro de los ojos de Coventri y cómo adoraba el tono de su voz que
siempre conseguía hacerla sentir bien. No tardó en darse cuenta de que él
también la miraba de una manera especial, no con el miedo o la desconfianza de
otros.
Y el tiempo no pudo si
no certificar que estaban enamorados, así que no tardaron en compartir sus
vidas. Andrea se asombró de lo poco que le costó dar ese paso con Coventri. En
su planeta natal enamorarse de aquella manera estaba prohibido. Las uniones
sólo se celebraban bajo el consentimiento de la Hermana Mayor. Un
consentimiento que respondía a la necesidad del grupo, más allá de cada una de
las hermanas individuales que le formaban. La descendencia, como los
matrimonios, eran controlados por el grupo desde el primer momento.
Pero ahora Andrea vivía
en un nuevo mundo, no tenía forma de retornar a su anterior existencia y aunque
había muchas cosas que añoraba, tenía otras muchas que festejar en su nueva
vida. Merecía empezar de nuevo y ser otra persona. Ella no lo había programado
así, nada de eso estaba buscado intencionadamente. Surgió porque alguien como
Coventri estaba allí, porque Andrea sabía que sin él nada de eso habría sido
posible. Con el paso del tiempo y junto a Coventri, Andrea había olvidado, sin
complicaciones, a la mujer que un día fue y se había reinventado convencida de
que sólo existía su yo presente. Andrea era feliz trabajando en aquellos
jardines y viviendo en la pequeña choza que compartía con Coventri.
Y aún fue más feliz
cuando nacieron sus hijos, Chuadu y Nadis. Se sentía tan establecida en su
nueva vida, que acostumbraba a olvidar quién había sido y de qué forma había
llegado hasta allí. Pero a veces, cuando se esforzaba en pensar felizmente que
sólo era la esposa de Coventri y una jardinera de aquellas remotas tierras,
algo en su interior le hacía sentir que cometía un crimen al renunciar a su
pasado. Y esos instantes de alegría y culpabilidad, finalizaban con el martirio
que se infligía al tocar con sus dedos el colgante de su cuello, eterno
recuerdo de que hubo un tiempo en que ella no era Andrea y no tenía todo el
derecho a la felicidad de que ahora disponía.
Y así habían pasado los
años desde que llegó a aquel planeta, sin que realmente pudiera medirlos pues
el tiempo no discurría igual que en su tierra natal. Pero ahora volvía a ser
invierno y una vez más nevaba. Andrea, que ese día no tenía mucho trabajo
pendiente, se deleitaba contemplando desde la ventana de su cocina aquel
paisaje nevado. Los niños no tardarían en regresar de la escuela del pueblo y
entonces ella tendría que salir un momento a verificar que las últimas matas de
la zona sur estaban creciendo bien. Y luego regresaría con leña para que el
fuego se mantuviera vivo por la noche, y la pequeña casa estuviera caliente.
Era todo sencillo y
agradable, y aunque Andrea rara vez pensaba de manera negativa, aquel día se
sorprendió a sí misma al presentir malos augurios. Y por más que quiso librase
de ellos, no podía dejar de creer que algo nefasto estaba a punto de suceder.
Entonces fue consciente de que esos oscuros augurios nacían de su pasado, de
eso que ya no existía. No pudo evitar temblar por algo que no era el frío del
ambiente.
Sus sentidos se
pusieron en guardia, como acostumbraba a hacer años atrás, cuando no era Andrea
quien regía su vida. Sin motivo aparente salió de su casa. Le urgía estar en el
exterior, de una manera tan apremiante que ni se molestó en tomar ropa de
abrigo para protegerse del frío. Cuando el vapor de su cálido aliento le
recordó que debería volver a la casa, ya era demasiado tarde para hacerlo. Nada
importaba más que percibir bien todo ese exterior, más allá del frío. Porque el
frío quería gobernar en todo el lugar y ocultarle algo que no podía pasar por
alto, algo que había allí fuera, que se acercaba a ella.
Andrea se concentró con
toda la energía que le fue posible, recordando trazos de la persona que había
sido anteriormente, aquella guerrera que podía escuchar en la distancia el
simple sonido de una hoja al caer. Evocó a su venerada señora, con el fin de
que ésta le diera fuerzas para ver en ese paisaje nevado, lo que venía a por
ella. Y fue entonces cuando lo vio, tan claro como el agua de los arroyos, allí
en mitad de la nieve, avanzando hacia ella, ajeno a ese lugar, ajeno a ese
mundo.
Era como contemplar un
paisaje adulterado, más aún, suponía una visión dantesca. El cuerpo de Andrea
quiso temblar, derrumbarse ahí mismo donde estaba y darse por vencida. Pero la
guerrera que había sido en su mundo natal, no podía rendirse tan fácilmente,
aunque estuviera presenciando el fin del mundo. Fue esa otra, que antaño no
había sido Andrea, la que tomó posesión de su cuerpo y se dispuso al combate
por última vez. Miró al horizonte y contempló en la lejanía como se acercaba el
Demiurgo Oscuro. Nadie pensaría que venía a por ella, a hacerla su presa, dada
la tranquilidad con la que caminaba. Podría creerse que se trataba de un
extraño forastero que se había perdido por aquellas tierras y paseaba por la
plantación.
Todo sería así de
normal de no ser porque el mundo se había detenido en ese momento y sólo Andrea
y el Demiurgo Oscuro eran capaces de percibirlo. No había ni un solo sonido en
el ambiente, salvo el de los pasos del Demiurgo acercándose. Andrea se sentía
cada vez más mareada por el único olor que lo impregnaba todo, un hedor a
azufre que desprendía el Demiurgo, mezclado con un intenso aroma a quemado. El
Demiurgo traía el incendio con él, prueba clara de que había salido de caza.
Cada uno de sus pasos estaban acompañados por unas llamas de un azul espectral,
que envolvían, no sólo sus botas, que le llegaban hasta las rodillas, sino sus
dos piernas. Caminaba dejando un gran surco a su paso, al derretir la nieve
bajo sus pies. Aún en la distancia, podía verse que los pozos de su rostro que
actuaban como ojos, habían adquirido el mismo brillo de las llamas que
caminaban con él.
Andrea notó como le
miraban esos pozos llameantes, intentando devorarla desde la lejanía. La nieve
hacía ahora más visible la infernal figura que se acercaba, ya que la armadura
de guerra del Demiurgo brillaba por encima de todo. Andrea contempló como
aquella figura de más de dos metros ostentaba su coraza pegada a su cuerpo como
una segunda piel. Era de color negro, creada a partir de la materia oscura,
aquella que sólo puede ser trabajada por los herreros condenados de los montes
de Vaesir, hogar del Demiurgo Oscuro. En el peto de la armadura, labrado en
oro, podía verse la horrible cabeza de la serpiente de los cien ojos, Cedoniax,
la propia madre del Demiurgo Oscuro. Los guanteletes de la armadura estaban
acabados en forma de terribles garras. Y de los codos y los hombros salían,
cual espolones, unos afilados arpones. El Demiurgo no llevaba casco, dejaba que
el viento azotara su cabellera de color blanco deslucida y llena de greñas. A
ambos lados de su cabeza sobresalían unos cuernos picudos del mismo color que
su pálido cutis. No eran otra cosa que sus horribles orejas. Si todo ese
conjunto no era suficiente para mirar al Demiurgo como el que ve un demonio, no
había más que contemplar la vileza de su sonrisa sádica para darse cuenta de
que no podía ser sino el mal andante.
Andrea vio que el
Demiurgo portada algo en cada una de sus manos, sujetándolo con el puño
cerrado. Al mismo tiempo que ella reparaba en ese detalle, el Demiurgo se dio
cuenta de que lo hacía. Entonces, ofreciéndole con sus finos labios, una
sonrisa más retorcida aún, el Demiurgo le arrojó desde la distancia, primero
uno de los objetos de una de sus manos y luego el otro. El primer impulso de
Andrea fue saltar, volando hacia arriba, evitando que aquellos objetos
indefinidos pudieran alcanzarla. Mientras saltaba de manera defensiva, al
esquivarlos pudo darse cuenta de qué se trataba.
En la distancia los
había catalogado sólo como unos bultos redondeados, pero cuando los tuvo cerca,
para su más absoluto horror, pudo contemplar que no eran otra cosa sino las
cabezas de sus dos hijos: Chadu y Nadis. Andrea se quebró totalmente y cayó en
la nieve como un pájaro abatido. El espíritu férreo de la que antaño fue se
evaporó de todo su ser, se sintió tan rota, que si no fuera por el dolor habría
pensado que estaba muerta:
-Tinea, mi señora,
perdóname por haberte fallado y asísteme en mi final.-susurró débilmente
recordando su vida en su planeta natal. Mientras, cada vez más cerca podía oír
la risa macabra del Demiurgo Oscuro que se acercaba hasta ella. Tendida en el
suelo, Andrea sólo podía atinar a acariciarse la piedra de Shantina que colgaba
en su cuello.
-Antea, Antea... ¿de
verdad pensaste que podrías escapar y esconderte de mí tan fácilmente?- el
Demiurgo Oscuro ya estaba a sus lado y sus palabras vibraban en los oídos de
Andrea como rugidos. Quería llevarse las manos a las orejas para no escuchar
tan desagradable voz. Pero ya sólo tenía fuerzas para llorar mientras las
carcajadas del Demiurgo rompían el mismo aire.
-¿Acaso no sabes que tu
misma piedra de Shantina me trajo hasta aquí?, esas radiaciones que emite son
imposibles de pasar por alto. Puedo tardar más o menos en encontrar su rastro,
pero siempre doy con él. Deberías haber roto la piedra, ¡maldita idiota!, si no
querías que mi medallón de Shantina te encontrara. Ahora morirás, como han
muerto tus hijos. Si quieres que sea rápido dime cuanto antes dónde está la
hija de Tinea que te llevaste contigo a través del portal.- Andrea no dijo
nada, simplemente sorbió sus lágrimas y esperó a que el Demiurgo acabara con
ella. No tenía fuerzas para replicar, ni siquiera para contestar que, la que
ahora era conocida como Azul, estaba muy lejos de allí, pero que desconocía
dónde. El brillo de los ojos del Demiurgo mudó, las llamas que poblaban el
vacío de sus cuencas se tornaron rojas. No estaba dispuesto a esperar más una
respuesta.
-¡Zorra estúpida! Si no
quieres hablar, peor para ti, más lenta será tu agonía final. Yo puedo
localizar a esa cría con tu piedra de Shantina.- El Demiurgo Oscuro alargó la
garra con su guantelete para arrebatarle a Antea su medallón. Pero en ese
preciso momento, Antea recordó unas palabras de su señora Tinea:
-La piedra de Shantina
es una joya sagrada, no es fácil de destruir. La mejor manera es golpeándola
contra otra piedra igual. Cuida de esta que te doy, es el pasaporte para salvar
a mi hija.
Antea vio la propia
piedra de Shantina del Demiurgo Oscuro colgando sobre su pecho y entonces supo
lo que tenía que hacer. Buscó en los rincones de su derrotado cuerpo si quedaba
algún mínimo resquicio de la fuerza que la había abandonado. Agarró su medallón
y con un ágil salto se impulsó estrellando su piedra contra la del Demiurgo.
Éste gritó, como sólo puede gritar el trueno cuando tiene voz. La misma tierra
tembló y el eco del grito desgarró la cima de los montes lejanos.
-¡Maldición! ¡No sabes
lo que has hecho! Tu tortura va a ser eterna.- la figura del Demiurgo se cubrió
toda ella con una capa de fuego. Era la llama del puro odio que destilaba. Sin
la piedra de Shantina de Antea no podría dar con la niña de Tinea. Pero al ser
destruido su propio amuleto de Shantina, él mismo no podía abrir portales a
otros mundos. Estaba desterrado, condenado en el planeta donde Antea había
vivido como Andrea.
Antea era también
consciente de este hecho. Había condenado al Demiurgo Oscuro, pero también al
planeta que ahora pisaba. Aunque la condena de un mundo suponía la salvación de
millares de ellos. Porque ahora y de momento, Azul estaba a salvo. Antea supo
que su señora Tinea había velado por ella en esos instantes finales.
¡Hola, guapa!
ResponderEliminarYa te lo dije en otras ocasiones y me reafirmo: pinta fenomenal el libro. Sigue así.
Besitos.
¡Hola, maja! Mil gracias, que ganas de que se publique ya y lo podáis leer al completo, confío que a Fran no le asuste leer unas ochocientas páginas de libro, jajajaja. Besos
EliminarTengo que empezar desde el principio aunque seguiré los primeros capítulos por entregas según vayas sacando entradas hasta la publicación del todo. Emocionante, se recupera así la novela por entregas como muchas de las mejores producciones literarias rusas. Besos :)
ResponderEliminar¡Hola, simpático! No sé si mi historia será una lectura que disfrutes mucho, es sólo una novela de "space.opera", ya sabes, ciencia-ficción con aventuras y sin pretensiones literarias. Bueno, miento, como autora aspiro a una ambiciosa pretensión, encontrar lectores a los que entretener con mis mundos. Besos
EliminarFantastico! no sabpia habias escrito un libro, realmente me parece fantastico y la idea es fenomenal :3 Claro que lo comprare cuando salga. Hay que apoyar el talento .
ResponderEliminarTe mando un abrazo enorme y me seguire al tanto. Nos leemos :3
¡Hola, guapísimo! Gracias por pasar para echar un vistazo a mis mundos. Espero que sigas disfrutando de mi novela. Nos leemos.Mil besos
EliminarHola, ¿no éstas mandando los primeros seis capítulos por correo? Me gusta mucho este género, pero se me hace pesadisimo leer por aquí. De cualquier modo, te deseo la mejor de las suertes:)
ResponderEliminar¡Hola! Sí, como digo en la entrada, todo aquel que quiera que le envíe la revistilla con los seis primeros capítulos,totalmente gratuita, sólo ha de pedírmelo a través de mi mail, indicándome su dirección postal. Muchas gracias por pasar por mis mundos. Besos
Eliminar¡Hola, guapa! Ya te dije que me encantaron los primeros capítulos y espero poder leer la novela entera pronto <3
ResponderEliminarTe deseo todo el éxito del mundo a tu novela <3
Un besazo.
¡Hola, simpática! Ya sabes, si todo va bien a finales de octubre ya saldrá publicada la novela, ¡qué ganitas de que leas mi historia entera! Besos
Eliminar¡Hola, Begoña! Es genial que vayas publicándola en tu blog, así muchas más gente disfrutará de tu historia :D
ResponderEliminarTe he nominado al premio Liebster, si te interesa pásate por la entrada de mi blog ^^
Besos gatunos!
¡Hola, maja! Sí, ojalá la gente disfrute leyendo mi historia, ya queda menos para que se publique. Mil gracias por el premio. Trataré de encontrar un hueco para contestar tus preguntas y demás. Besos
EliminarHola :) Bueno ya lo hablamos y ya lo sabes, le tengo ganas la verdad por que es un género que me va como anillo al dedo. Ganazas de leerlo y espero que todo vaya genial :) Un besin^^
ResponderEliminar¡Hola, guapo! Gracias por tus palabras de apoyo. Yo también tengo muchas ganas de publicar el libro ya de una vez, va quedando menos y que gente como tú lo lea enterito y ojalá disfrute de su lectura. Besos
ResponderEliminarCuando todos los capítulos estén juntos en una novela de verdad, ya a ser un éxito! Besos.
ResponderEliminar¡Hola! Ojalá tus palabras sean un profecía de las que se cumplen, pues el libro sale ya publicado enterito para este mes de octubre. Besos
EliminarHola preciosa!
ResponderEliminarHe pasado de puntillas sobre él, pues no he leído los otros, pero si te digo que cuando lo publiques lo leeré, pues pinta genial. Te deseo mucha suerte. Besotes
¡Hola, simpática! Ya queda poco para que salga publicado, si te atrae la aventura futurista, aderezada con un romance, no dudes en leerme. Besos
EliminarClaro que si, este es de los míos. Besotes
Eliminar¡Buenas!
ResponderEliminarEsta última parte sobre Antea es de lo que más me ha gustado de toda la revista, la verdad, me estaba cayendo bastante bien el personaje...
Por el momento tiene muy buena pinta la novela, tengo ganas ver cómo sigue todo... :P
Saludos^^
¡Hola, simpático! Me alegra que te gustara Antea, fue difícil decidir su destino... Ya queda menos para que publique el libro y lo leas completito, espero no defraudar. Gracias por tu apoyo. Besos
ResponderEliminar¡Te deseo todo lo mejor con la novela, Begoña! Voy a compartir la entrada.
ResponderEliminarbsos!
¡Hola, guapa! Muchas gracias por todo tu apoyo. Eres un sol. Besos
EliminarHola preciosa!
ResponderEliminarTe he nominado a un premio en mi blog. Besotes
http://fantacyviolet.blogspot.com.es/2015/07/premio-ft.html
¡Hola, guapísima! Pues gracias mil, siempre hace ilusión que gente simpática se acuerde de una. Mil besos
Eliminarme encanta, te esta quedado un novelon!! mucha suerte con ella!!
ResponderEliminarun besito!!
¡Hola, guapa! Muchas gracias por tu apoyo. Mil besos
EliminarSeguimos por aquí¡¡ me encanta... estoy deseando saber qué pasa con Azul¡¡¡
ResponderEliminarbesos¡¡
¡Hola, guapo! Ya queda menos para conocer toda la historia. Besos
ResponderEliminarGeniaaal! Te ha quedado muy bien <3
ResponderEliminar¡Hola! Pues muchas gracias. Un besos
Eliminar