Como os comenté hace unos días en la entrada donde publiqué el prólogo de mi libro, Azul, el poder de un nombre. Samidak, cada mes hasta llegar a octubre, cuando al fin salga el libro a la venta, iré publicando un capítulo como aperitivo (el prólogo y seis capítulos de adelanto en total). Creo que es una adecuada carta de presentación de mi novela, espero que os guste...
CAPÍTULO
1. UN ENCUENTRO INESPERADO
El templo de Volvariak
bullía especialmente aquella mañana, era el primero de los tres días que las
sacerdotisas de la diosa Alivisiar habían establecido para su ciclo anual de
Revelaciones. Tres únicas jornadas para recibir a miles de madres llegadas de
todos los rincones del Imperio Cthulkug deseosas porque las sacerdotisas
bendijeran a sus bebés con la gracia de la diosa y vaticinaran su futuro, aquel
que les marcaría el porvenir dentro del Imperio.
Muchos veneraban a la
diosa Alivisiar, deidad guardiana del germen de la vida y madre de Justfark,
dios de la guerra. Meridiar era una de las madres que aguardaban pacientes a
que el templo abriera sus puertas aquella mañana, con su pequeño en brazos. Un
varón destinado a dirigir uno de los clanes más poderosos del Imperio, el clan
Arkenus, que regía el planeta del mismo nombre, un clan de la estirpe de los
synápsides. Dentro de la raza reptiloide de los cthulkugs, los synápsides eran
los más fuertes, porque combinaban a la perfección ferocidad e inteligencia, a
diferencia de los saurópsides más salvajes y bestiales incluso en su
apariencia. Los synápsides no apreciaban la crueldad que dominaban los clanes
saurópsides, aunque estaban lejos de abrazar la mansedumbre de la otra estirpe
cthulkugs, los más pacíficos anápsides.
Meridiar contempló a su
pequeño hijo, envuelto en el faldón azul y negro ceremonial. Era un bebé
precioso y ella estaba orgullosa de que así fuera, de que hubiera nacido
perfectamente y poseyera una fuerte constitución.
Antes de que el pequeño
viniera al mundo, Meridiar había tenido que aguantar las burlas y el desprecio
de muchos de los de su clan, incluidas las otras hembras que antes que ella le
habían intentado dar un heredero varón al señor del clan. Sólo una había
concebido un vástago, pero había nacido hembra y no podía considerársela
heredera del trono del clan por tal condición. Tras los intentos frustrados de
conseguir un sucesor, el jefe, cuyo nombre era el mismo del clan que dirigía,
escuchó los designios de su chamán y tomó como nueva pareja a Meridiar, una
joven synápside de baja alcurnia.
Meridiar no pertenecía
por línea directa al clan, sólo la vinculaba el hecho de que su padre fuera
hélipe del mismo. Como hélipe era siervo y entregaba su honor y su existencia
al destino que su señor le deparara. Las lenguas más crueles dentro de los
estratos superiores de la tribu, afirmaban que Meridiar albergaba sangre
anápside en sus venas y por eso era una joven enfermiza, soñadora y demasiado
sentimental. No parecía la hembra adecuada para concebir al nuevo señor
Arkenus, aquel que velara por el futuro del clan. Sin embargo, Meridiar,
contradiciendo las injurias de cuantos la rodeaban, cumplió los designios del
chamán y concibió un hijo varón. Aquel que ese día recibiría la aprobación de
la diosa Alivisiar.
Como futuro líder de un
clan fuerte, el niño, además, tendría el privilegio de recibir la Revelación de
manos de la sacerdotisa matriarca, cabeza visible del templo. La matriarca
esperaba a Meridiar erguida ante una pequeña pira sagrada de una llama celeste
intensa. Vestía la tradicional clámide aceitunada con capucha y sobre ésta
lucía la diadema rubí que la coronaba como gran sacerdotisa.
-Acércate, avanza hasta
mí con tu pequeño.- pidió la matriarca a Meridiar que no podía dejar de
sentirse amedrentada ante el halo etéreo que envolvía a la sacerdotisa. Pero
Meridiar no se permitía vacilar ante nadie, ni ante la misma diosa Alivisiar si
se le apareciera en ese instante. Mucho era lo que había padecido hasta tener a
su hijo entre sus brazos, haría cualquier cosa por él, su valor le pertenecía.
Meridiar subió el tramo de escaleras de mármol gris que le conducían hasta la
sacerdotisa y en cuanto estuvo ante ella le entregó a su bebé para que ésta le
examinara.
-¿Cuál es su nombre?-
le preguntó la matriarca.
-Ahora responde a
Meridiarus, pues Meridiar es mi nombre y él es hijo mío. Pero cuando suceda a
su padre en el cargo su nombre será Arkenus, el mismo que todo aquel que rige
su clan.- respondió Meridiar henchida de
orgullo.
-El clan Arkenus es uno
de los mejores de nuestro glorioso Imperio, no es de extrañar que te
enorgullezcas de ser la madre de su futuro líder.- entonces la sacerdotisa alzó
en alto con ambos brazos al pequeño ante la llama celeste de la pira sagrada.
La sacerdotisa se sorprendió por la manera inusual con la que la llama crepitó
y creció saludando al pequeño, era la primera vez que veía una Revelación tan
eminente. Meridiar, a la espalda de la sacerdotisa, esperaba impaciente a que
ésta formulara el juicio sobre cómo habría de ser el porvenir de su hijo. La
matriarca aún estuvo un buen rato contemplando el majestuoso baile de la llama,
fascinada por el mensaje de ésta. Cuando se giró para devolver al pequeño a los
brazos de su madre, Meridiar se atrevió a encararse a la matriarca y la miró
directamente a los ojos. La matriarca estaba acostumbrada a enmascarar sus
pensamientos y aún así Meridiar acertó a ver en las pupilas de ésta una extraña
conmoción que la asustó:
- Mi pequeño, ¿está
bien?, ¿crecerá bendecido por el favor de Alivisiar?- se precipitó a preguntar
presa de la inquietud y sin poder aguardar el dictamen de la matriarca.
-Tu hijo será un
grandioso cthulkug, un gran líder guerrero... Pero en el futuro estará
vinculado a un dios que no es de los nuestros, no es cthulkug, será su
ferviente paladín.- la sacerdotisa pronunció estas últimas palabras en un
susurro velado, como si descubriera una herejía. Aunque Meridiar no quiso verse
afectada por ellas y sólo aceptó dar por válida la primera parte de la
Revelación, su hijo sería un grandioso cthulkug.
Antirios había sido el
último planeta en entrar a formar parte de la Federación de Planetas, una
organización que agrupaba a cientos de mundos dispares bajo los auspicios de
Irinia y la Tierra, primeros miembros fundadores de la Federación. Cada planeta
que formaba parte de dicho orden disponía de una autonomía gubernamental,
aunque todos los socios del sistema federativo debían legislarse con una
política democrática y un canciller al mando que, desde su presidencia,
respondiera directamente al gobierno global de la Federación.
Este gobierno global
estaba regido por el Rau, primer canciller de toda la Federación, siempre
auxiliado por el primordial cuerpo de cónsules federativos. Dicho cuerpo
diplomático siempre contaba con el apoyo de la Flota federativa, encargada de
salvaguardar la seguridad de todo el espacio de la Federación y sus fronteras.
Si bien hacía mucho que la Federación no se encontraba en guerra abierta contra
enemigo alguno, la raza reptiliana del Imperio Cthulkug estaba formada por unos
seres muy beligerantes, grandes amantes de los combates. El otro gran territorio
contrario a la Federación, el Imperio Pélago, era menos dado a levantar
rencillas contra los federativos. Se mantenían al margen de todo y de todos,
sin deseo alguno de estrechar lazos de amistad con ningún otro territorio ajeno
a su imperio.
Antirios no era un
planeta de gran tamaño, pero sus habitantes tenían una forma de comunicarse
poco común dentro de la Federación, eran seres telepáticos y no permitían
ningún tipo de notificación sonora en su mundo. Hacía mucho tiempo que habían
rechazado cualquier tipo de sonido en su vida cotidiana.
Su planeta estaba
recubierto por una barrera artificial que lo insonorizaba todo. Pese a su
capacidad telepática extraordinaria, los antirianos se caracterizaban por ser
una raza fría y prácticamente carente de empatía. Un pueblo egocéntrico, que no
pensaba en el bien común de toda la
Federación. Si habían aceptado la alianza con ésta era para mantener aislados a
sus vecinos del planeta Leónidas, para que éstos fueran clasificados como
planeta secundario dentro del orden federativo. Por su parte la Federación se
beneficiaba de los suministros de sal verde que los antirianos les ofrecían a
cambio.
Los antirianos eran
antropomórficos, poseían una figura de una altura considerable, sumamente
estilizada. Sus cuerpos se presentaban como poco agraciados en comparación con
los de los irinios, ya que poseían una constitución excasamente carnosa que
junto con una piel blanca y traslúcida les hacía parecer auténticos esqueletos
andantes alejados de las formas humanas.
Kritias Sabas sentía
especial animadversión hacia los antirianos, no por su aspecto físico, sino por
su particular carácter egoísta e insensible. Pero era de los pocos cónsules de
la Federación que podía adentrarse en Antiros y solucionar cualquier conflicto que
estos demandaran. El más adecuado para comunicarse con aquella raza, porque, al
igual que ellos, Kritias era capaz de leer mentes y hablar a través de la suya.
La Federación le había seleccionado entre otros numerosos eminentes irinios
cuando sólo era un adolescente. Invirtieron mucho tiempo en formar
adecuadamente su privilegiado cerebro, y conseguir de Kritias un ser telepático
completo, capaz no sólo de comunicarse con seres como los antirianos, sino
también de, mientras lo hacía, esconder en un oscuro rincón de su mente sus
propios pensamientos. Como figura diplomática no parecía adecuado que los
antirianos leyeran en la mente de Kritias secretos federativos o que alguna de
las propias opiniones del cónsul les ofendieran.
Pese a su capacidad
para leer los pensamientos de otros, Kritias Sabas era un hombre muy íntegro y
jamás se adentraba en la mente de nadie sin consentimiento previo, ni siquiera
en la de su mujer. Para él, aquel poder exigía una gran moralidad y aunque al
principio le había parecido una bendición, hacía tiempo que lo venía viendo
como una maldición. Y en gran parte eso se debía a que cada vez se sentía menos
de acuerdo con las políticas internas de la Federación, cada vez aborrecía más
su trabajo como cónsul federativo. Especialmente cuando le tocaba atender los
asuntos de razas como los antirianos, como la misión que le acababan de
asignar.
La nave consular
Concordia le había trasladado hasta el punto del espacio antiriano fijado para
su recogida. Hasta el muelle de atraque de la Concordia llegó la pequeña nave
de transporte antiriana que se encargaría de llevar a Kritias Sabas hasta el
Ministerio Mayor de Antirios donde el cónsul sería informado de la crisis que
requería de su experiencia. De la nave antiriana descendieron dos oficiales
ataviados con las características armaduras aislantes que les incomunicaban de
los molestos sonidos que les rodeaban.
Por su parte, Kritias
Sabas se había puesto sobre su
tradicional traje consular de chaqueta y pantalón azul, su abrigo de cuello
alto. No cometería el error de la última vez, cuando olvidó ponerse una prenda
térmica como aquella para mantenerse fresco, alejado del calor pegajoso que con
tanto placer soportaban los antirianos en su planeta. Era un abrigo largo de
tonos naranjas con doble fila de botones hasta más abajo de las rodillas. A
Kritias le encantaba aquel exceso de botones dorados que a otros parecían
molestar. Y sobre todo le gustaba saber que aquel era un regalo de su esposa
Boreal. Ella misma se lo había confeccionado comprando tela térmico-psíquica. Una
tela muy especial y exquisita, pues además de su suave tacto, proporcionaba a
su usuario el disfrute de la temperatura corporal que más deseara en cada
momento.
Un material muy escaso,
pero su mujer lo había conseguido gracias a sus amigos del planeta Berintia.
Boreal había estado a punto de ingresar en la sagrada Orden de las Consejeras
Doradas y eso conllevaba ventajas y un nutrido grupo de contactos. Kritias le
había pedido a su esposa que le cosiera bajo el hombro derecho la insignia
propia de los cónsules federativos. Aquella formada por una pirámide dibujada
en tres dimensiones y en cuyo interior gravitaban tres óvalos de tamaño menor a
mayor. Aquello representaba la sabiduría celestial y eterna que en la
antigüedad se les atribuía a los cónsules cuando tenían un estatus más
religioso.
Eran los primeros
tiempos de la Federación, en los que los padres fundadores Apolonia de Irinia y
Gorga Belluci dieron forma a la organización de planetas, que había
evolucionado tanto. Aunque era un símbolo antiguo, los cónsules aún lo lucían
en sus ropas cuando desempeñaban su cargo. Kritias Sabas se sentía nostálgico
recordando esas épocas remotas, le hacían añorar los principios más morales y
nobles que soportaron los pilares del nacimiento de la Federación. Ahora esos
pilares se le antojaban más injustos y desatinados.
Kritias no se molestó
en cruzar más que un frío saludo con los dos oficiales antirianos encargados de
su transporte, sabía que no merecía la pena entablar la más mínima conversación
mental, pues aquellos hombres se limitarían a conducirlo hasta su planeta, si
sabían algo más allá de su mero transporte no se molestarían en comentárselo.
Kritias conocía demasiado el carácter celosamente hermético de los antirianos y
su naturaleza poco comunicativa. El cónsul tendría que conformarse con ser informado
de la índole de la misión por la que había sido requerido cuando llegara al
Ministerio Mayor antiriano.
El traslado fue rápido,
aunque Kritias no pudo sentirse cómodo en la nave de transporte antiriana, con
sus asientos excesivamente duros y angulosos, tan poco confortables, diseñados
atendiendo a las enjutas formas antirianas. La nave atracó en el puerto y desde
allí Kritias fue conducido por otros oficiales antirianos hasta la sede central
de su gobierno, el Ministerio Mayor.
Durante su traslado el
cónsul federativo no se preocupó en recrearse en el paisaje antiriano, puesto
que sabía que aquello se le antojaba imposible. Antirios era un planeta de una
estética fea y poco lustrosa, un astro pródigo en desiertos de sal verde, y con
pocos focos de auténtica vegetación. Su superficie era apenas rocosa y las
formaciones de agua se reducían a los territorios habitados. Estos territorios,
simples urbes saturadas por masificadas poblaciones de antirianos que se
comportaban como si fueran colonias de insectos. No podía esperarse que
existiera armonía o belleza alguna en sus edificaciones, que se limitaban a ser
pragmáticas y de una frialdad sólo sobrellevada por los antirianos y su
sociedad colmena.
Un amarillo pálido era
el color preponderante en sus construcciones arquitectónicas, por las que la
masa de antirianos se movían en ordenadas filas a un ritmo marcial carente de
gracia. La libertad individual no primaba sobre el desarrollo de aquella
sociedad como conjunto. En nada se parecía aquel lugar a Tarinia, la capital de
Irinia y la ciudad de origen de Kritias. Una urbe tan llena de vida, color y
rodeada de escenarios de auténtica naturaleza virgen.
Kritias llenó su mente
de recuerdos agradables de momentos compartidos con su mujer a fin de relajar
su mente durante el breve viaje hasta el Ministerio Mayor, sabedor de que
necesitaba mantener fresco su cerebro para el esfuerzo extra que sería
comunicarse telepáticamente con los antirianos y solucionar la pequeña crisis,
por el momento desconocida para Kritias, por la que habían requerido de sus
servicios diplomáticos.
Una vez en el
Ministerio y hasta llegar a la sala principal de aquel frío edificio, ningún
antiriano de cuantos se cruzó le dedico ni el más mínimo pensamiento en forma
de saludo. Entre otros defectos, los antirianos no se caracterizaban por ser
hospitalarios. Ante tal gélido trato, la sequedad de los dos ministros que le
esperaban en la sala de visitas le pareció acogedora. Al menos esos dos
antirianos se molestaron en saludarle y presentarse mínimamente:
-Soy el ministro Nya y
me acompaña el también ministro Dena.- los nombres se dibujaron con claridad a
través de las ondas telepáticas, en el cerebro de Kritias. No sabía muy bien si
trataba con criaturas femeninas o masculinas, nunca lo sabía cuando se
encontraba con antirianos. Su forma de vestir tampoco presuponía nada, todos,
al margen de los oficiales de su ejército, iban ataviados con esas enormes y
anchas túnicas de un azul pálido cercano al gris. Kritias camufló ese
pensamiento lo más rápido que pudo y dibujo en su mente su propio nombre. Los
penetrantes ojos de los ministros antirianos le taladraron considerando su
tardanza en responder un tanto ofensiva y poco adecuada a un cónsul.
-Cuando antes haga su
trabajo y se vaya, mejor.- le comunicó el que se hacía llamar Dena.
- No sé qué he venido a
hacer aquí, nadie me ha explicado nada.- comunicó, ahora con gran rapidez,
Kritias escondiendo cualquier emoción de descontento por estar allí y por
considerar el trato antiriano tan poco elegante.
-Es urgente, no puede
perturbar más nuestro mundo un estruendo como ese. Síganos y se lo
mostraremos.- Kritias se sentía confundido, no tenía ni idea de a qué se
referían los ministros. Un sonido que se les hacía insoportable, se preguntó
qué tipo de ruido sería ese y, sobre todo, de dónde vendría en un mundo como el
antiriano privado de cualquier percepción sonora. Kritias estaba sumamente
intrigado y expectante. Sin duda se trataba de un ruido ajeno a la cultura
antiriana y aquella raza maniática se había molestado en solicitar a un cónsul
a la Federación para que se ocupara de detenerlo.
Kritias no paraba de
cuestionarse sobre la imposibilidad, a priori, de atrapar un sonido y llevarlo
lejos. Cabía la probabilidad de que sólo esperaran de él que se ocupara de
llevarse lejos al causante del estruendo, fuera lo que fuera o quién fuera. El
cónsul no podía dejar de admitir que aquella intriga cobraba cierto grado de
interés e incluso comicidad. Kritias lo pensó sin molestarse en disfrazar la
idea y Dena le miró con reproche.
Tras caminar cinco
minutos apresuradamente con Kritias detrás, los antirianos se detuvieron ante
la puerta de una estancia. No parecía una habitación especial, era exactamente
igual que las otras estancias blancas y asépticas por las que acababan de
pasar. Pero nada más pararse ante ella, Kritias fue capaz de captar que la
habitación contaba con medidas extras de insonorización y aún así podía
escucharse un runrún continuo y una mente muy joven, pero poderosa que estaba
encerrada en el cuarto. Kritias aún era incapaz de identificar aquel sonido.
-Apareció sin más.-
comentó Nya.- Lo encontraron los operarios del desierto ocho hace unos días. No
había rastro alguno de transporte. No sabemos cómo llegó hasta allí, ni quién
lo trajo.
-Seguro que fueron los
despreciables leónidas.- comentó Dena.
-Por lo que sabemos no
es de naturaleza leónida.- terció Nya.- Parece humano, es por ello que hemos
contactado con la Federación. Nosotros no podemos ocuparnos de algo así, ha de
llevárselo enseguida con usted, es demasiado escandaloso.- cuando al fin
abrieron la puerta, los antirianos se apartaron molestos por el ruido y dejaron
paso a Kritias. El cónsul enseguida fue capaz de identificar aquel sonido, era
el claro llanto de un bebé. Desconcertado, se acercó más al pequeño bulto que
los antirianos habían dejado en un rincón del acolchado suelo. Estaba envuelto
en una sábana de raso azul muy intenso. En cuanto estuvo a su altura, se agachó
y le cogió en brazos. No había duda, era un bebé y parecía humano. Kritias
verificó al momento que se trataba de una niña. La pequeña dejó de llorar en
cuanto el cónsul la abrazó. El bebé abrió entonces sus ojos, para mirar
fijamente a Kritias, eran de un profundo color azul. El cónsul sintió una
inmensa sensación de bienestar y, rompiendo todas las reglas de la educación
con los antirianos, dijo en voz alta y sin expresarlo a través de sus
pensamientos:
-En días como éste,
adoro mi trabajo.
---------------
-Su ADN no es
completamente humano.- afirmó el doctor Dorian Refrin ante las demandas de su
amigo Kritias Sabas. El cónsul había tomado la decisión de recoger al perdido
bebé y trasladarlo en la Concordia hasta Tarinia desde Antirios. Una decisión
que los antirianos habían aplaudido, nada deseaban más que librarse de esa
extraña niña, que había surgido aparentemente de la nada en medio de su
territorio. Ajena a ellos, demasiado ruidosa y mal acogida, teniendo en cuenta
la nula hospitalidad de la sociedad antiriana. A Kritias le había parecido la
decisión más correcta, lógica y sencilla. Pero los primeros exámenes del bebé a
bordo de la Concordia habían desvelado unos datos que, lejos de revelar el
desconocido origen de la niña, lo tornaban en más misterioso aún. Parecía un
bebé humano en apariencia, una niña totalmente normal. Sin embargo no era así.
- Sí, ya lo sé Dorian.
Los oficiales médicos de la Concordia me lo comunicaron en los análisis
previos. Pero si he venido hasta aquí a verte hoy era con la esperanza de que
me contaras algo nuevo y revelador sobre Azul.- respondió Kritias. Los médicos
de la Concordia habían bautizado al bebé con el nombre de Azul, inspirados por
sus radiantes ojos de ese color. Un nombre provisional a la espera de conocer
la verdadera procedencia de la niña y encontrar a sus progenitores. Kritias
había usado el nombre de Azul mentalmente cuando la tomaba en brazos en su
viaje hasta Tarinia. Había comprobado que a la niña le gustaba ser llamada así,
su empatía se lo hacía saber.
-Kritias, lo que voy a
contarte es información reservada, el expediente de Azul ha sido declarado
secreto y nada de lo que incluye debe salir de momento de la Unidad Médica
Central en la que nos encontramos. Sólo unos pocos tenemos acceso a su
expediente, son órdenes directas del canciller y cónsul global Príamo Walser.- al
mencionar el nombre de aquella alta autoridad de Irinia, Kritias no disimuló un
gesto de descontento.
-Dorian, como gran
amigo mío, no quiero ponerte en ningún compromiso. Pero es evidente que no he
venido hasta tu despacho sólo a tomar té contigo. Sabes que no tengo por
costumbre visitarte en calidad de amigo entre las paredes frías de estas
dependencias.- Mientras se expresaba así, Kritias alargaba ambos brazos a sus
lados acompañando sus palabras.
El cónsul no se sentía
nunca a gusto en el gran edificio de la Unidad Médica Central de Tarinia. Un
complejo inmenso dedicado a todo tipo de investigaciones médicas en su mayor
parte, aunque también disponía de un enorme bloque hospitalario que daba cabida
a pacientes de todos los rincones de la Federación. Kritias, como persona de
prominente empatía, no solía disfrutar entre los muros de un edificio que
albergaba tantas emociones y padecimientos. Y, afortunadamente para él, el
despacho del doctor Dorian Refrin estaba en el ala dedicada a la investigación
y alejada de los enfermos. Una oficina subterránea, lejos de la relajante
claridad de la luz de Tarinia, situada en el centro de una intrincada y
laberíntica estructura de pasillos reservados y hasta los que sólo se podía
llegar con una autorización. No se admitían visitas y si Kritias había llegado
hasta allí era gracias a su cargo de cónsul federativo y al permiso previo de
Dorian Refrin, director médico de aquel sector.
-Sin embargo, Dorian,
me preocupa mucho la niña, necesito saber cómo se encuentra, necesito saber si
habéis descubierto más de su origen. Es sólo un bebé y yo me siento responsable
de ella por haberla recogido en Antirios y traído hasta aquí.- dijo Kritias con
la inquietud tomando su voz.
-La niña está bien,
ella está perfectamente. Pero no sabemos nada nuevo sobre su procedencia, nada
que aclare cuál es su planeta de origen, ni quiénes puedan ser sus padres. De
hecho, como he recalcado, la mitad de su ADN es totalmente desconocido, no hay
en todo este universo un registro igual. Por increíble que parezca ese bebé es
una especie nueva de no sabemos dónde.
-Pero eso no tiene
sentido, su apariencia es humana, ¿cómo puede poseer una naturaleza
irreconocible? Tiene que proceder de algún lugar de este universo.
-Kritias, por absurdo
que te parezca, la realidad es esa. Azul no puede ser catalogada en ninguna
raza de este universo, no en su totalidad. Es ajena a todo cuanto conocemos, al
menos una parte de ella. ¿Por qué crees que su expediente ha sido declarado
secreto? Todas las pruebas que le hemos hecho lo afirman y te aseguro que han
sido muchas y repetidas.- Dorian expresó estas últimas palabras con cierta
amargura. El doctor no era partidario de someter a tantos exámenes a un simple
bebé, pero se veía forzado por las circunstancias y las órdenes del canciller
Príamo Walser.
-Pero Dorian, ¿me estás
diciendo que Azul no es de este universo? ¿acaso estás insinuando que procede
de otro?- replicó Kritias sorprendido.
-Amigo mío, sabes que
la teoría de los multiversos o los universos paralelos no es aceptada por
nuestros científicos, formularla solo es una insensatez...- Dorian dejó de
mirar a la cara de Kritias para mirarse las manos, vacilando ante sus propios
pensamientos.- Sin embargo, he tenido entre mis manos a esa niña y he sentido
algo desconocido al hacerlo. Te parecerá absurdo, todo un médico como yo,
cargado de lógica y raciocinio hablándote de esta forma.- Kritias miró a su
amigo con afecto. Pese a ser unos años mayor que él, Dorian siempre aparentaba
ser más joven. El doctor no había tenido que asumir en su vida laboral tantas
preocupaciones como las propias de un cónsul. El pelo rubio de sus cabellos y
su bigote, tan característico en los irinios, lucía menos apagado que el de
Kritias. Y el color miel de sus ojos, se le antojaba al cónsul más intenso.
Ante su presencia, Kritias se sentía siempre menos atractivo y más desmejorado.
Aunque aquel día, la nube de desasosiego que albergaba Dorian le daba un
demacrado aspecto.
-He de confesarte que
yo sentí lo mismo en cuanto la tomé en brazos la primera vez. Creo que esa niña
es un ser muy especial, su mente así me lo hizo ver de manera inconsciente. Me
preocupan cuáles son los planes que la Federación tiene para ella.- comentó
Kritias certificando la misma preocupación que compartía con Dorian.
-Yo me ofrecí a
cuidarla como padre adoptivo y tutor. Sé que también Boreal hubiera disfrutado
ejerciendo de madre.- Kritias no disimuló un deje de melancolía en su voz. Su
mujer hubiera deseado haber podido tener algún hijo, pero no le había sido
posible. Su naturaleza varsergerk no había sido propicia a ninguno de los
métodos de reproducción artificial que probaron tras fracasar con los métodos
naturales.- Sin embargo, se me ha negado la posibilidad de adoptar a Azul. Al
parecer la Federación pretende de momento criarla en un orfanato. Creen que es
lo mejor para ella y lo menos peligroso para salvaguardar la seguridad de la
Federación. Temen estar expuestos a algún tipo de mal por su simple existencia.
Imagino que les aterra la idea de que realmente ese bebé proceda de otro
universo. La Federación ya bastantes problemas tiene con manejar las crisis
diplomáticas en el interior de sus territorios como para pensar en otros mundos
paralelos. Este universo nuestro rebosa de focos de conflictos. Como cónsul
federativo me da dolor de cabeza asumir la posibilidad de los multiversos, pero
esa niña perdida no tiene porqué pagar nuestros temores y recelos. Es sólo un
bebé, tiene derecho a un entorno tranquilo y agradable hasta que demos con sus
verdaderos padres. Me siento mal permitiendo que la Federación la vaya a
recluir en un orfanato.
-Me temo, Kritias, que
nada podemos hacer al respecto. La Federación no puede permitirse el lujo de
dar por válida la teoría de los multiversos, nuestro equilibrio político no es
tan fuerte como para que los ciudadanos crean que existen otros mundos más allá
de los declarados. La Federación está imposibilitada para controlar más
colonias fuera de sus fronteras, si la gente decidiera ir a esos otros mundos
por conocer, nuestro gobierno perdería fuerza. Tenemos muy cerca al belicoso
Imperio Cthulkug como para debilitarnos. La paz que gozamos es voluble, los
cthulkugs podrían volver a declararnos una guerra si bajamos nuestras defensas.
-Amigo mío, como cónsul
federativo te aseguro que me preocupa más que a ti la inestabilidad de nuestro
universo, pero no creo que sea justo pagarlo con una simple niña...- objetó
Kritias.
-El problema es que
ella no es una simple niña. Las pruebas lo demuestran. No son sólo las
irregularidades en su ADN, además Azul posee una fuerza física muy superior a
la de un ser humano normal, así como mejores reflejos y velocidad de respuesta.
Y no tengo que decirte, porque ya lo has notado que su inteligencia es superior
a la media. Lo siento Kritias, tanto como tú, pero me temo que la niña está
condenada por su propia y extraña naturaleza, más allá de que pueda ser la
prueba viva de otros universos.
-No, eso no es verdad,
está condenada por nosotros, por la Federación y su política timorata que no
puede responder con firmeza ante lo desconocido y prefieren esconderlo. No se
atreven a darle una oportunidad, a tratarla como una niña normal. La ven como
una amenaza. En cuanto llegué a Tarinia con ella así me lo hizo ver mi
supervisor jefe Tirinión. Me reprendió por haber traído a la niña al centro de
la Federación, dejó en evidencia mi juicio y criticó mi decisión. Bajo su punto
de vista, la niña bien podría ser una espía o algo peor destinada a socavar los
pilares de la Federación. Pero para mí es sólo un bebé extraviado que ha tenido
la mala suerte de caer en suelo antiriano. Sinceramente, creo que fue acertado
sacarla de ese maldito planeta, los antirianos hubieran sido capaces de dejarla
perecer si yo no hubiera acudido a recogerla. Así que volvería a obrar tal como
obre, aún sabiendo todo lo que afirmas sobre su inusual naturaleza.
-Kritias, yo tampoco
comparto los juicios de los altos cargos, sólo trato de entenderlos. Desearía
que el destino de la niña fuera otro, pero no es así... sé que no es justo.
-La política federativa
dejó hace mucho de moverse por principios justos, prefieren otros intereses más
materiales, me temo. Ayer tuve una entrevista con Príamo Walser.- Dorian miró a
su amigo con renovado asombro.- No me mires así, te juro que yo no solicité
semejante audiencia, fui obligado a comparecer ante él para explicarle en
persona todos los detalles de mi viaje a Antirios. Como puedes suponer nuestro querido canciller y cónsul global es el
primero que quiere esconder la existencia de Azul, imagino que no desea ni plantearse
la posibilidad de otros mundos, o cualquier otro problema grave. Así que no
estaba nada contento con que mi embajada de Antirios culminara con el
transporte de Azul hasta aquí. Como premio a mi poco acertado trabajo he sido
destinado al planeta Verbace, para ejercer allí el puesto permanente de cónsul
federativo.- el tomo amargo de Kritias era más que palpable.
-¿Verbace? Pero eso
está muy alejado de Tarinia, pertenece a un sistema ajeno al nuestro. Además,
Verbace es un planetoide de escaso interés, sólo es un centro de vacaciones y
recreo para turistas. Su territorio se reduce, prácticamente, a su capital
dedicada al ocio. ¿Cómo puede ser un cónsul de tu valía útil allí?- replicó
Dorian dejando que la indignación le invadiera.
-No creo que la Federación
precise ya mi valía, la utilidad es irrelevante, Verbace es sólo un destierro
que he de asumir por lo que ellos ven como un error.- a Kritias se le quebró la
voz con sus últimas palabras.
-¿Y Boreal? ¿Qué opina
de vuestro traslado?- preguntó Dorian preocupado por la mujer del cónsul,
puesto que ésta era gran amante de Tarinia y sabía lo mucho que le afectaría
verse privada de su entorno.
-Como puedes suponer,
no es algo que le haga feliz.- Kritias no fue capaz de dar más explicaciones
ante Dorian. Durante un lapso de tiempo un silencio de aprecio y compresión se
instaló entre los dos amigos y ninguno de ellos añadió nada. El tema era
demasiado doloroso para ambos. Sólo al cabo de un rato, Kritias, como
despertando de su silencio sagrado, habló:
-Dorian, quiero pedirte
un favor más respecto a Azul. Desearía poder verla una última vez para
despedirme de ella.- Dorian le miró con la duda asomando en sus ojos. Azul
estaba confinada en una pequeña habitación secreta y nadie podía visitarla. Aún
así, Dorian no podía dejar de concederle a su amigo aquel favor, se saltaría
los protocolos de seguridad por él.
- No debería hacerlo,
pero no me atrevo a negártelo, así que ven conmigo.- Kritias acompañó a Dorian
a través de varios elevadores y pasillos mecánicos. Ambos se internaron en lo
más profundo de la Unidad Médica. Aquel recinto con su conjunto de laberintos
desconocidos se le hizo más siniestro y menos apropiado para albergar un bebé.
La habitación matrona que ocupaba Azul carecía de un ambiente cálido y acogedor
propicio. A parte de los asistentes sanitarios, en la habitación lo único que
había era una cuna sanitaria de aséptico metal, en la que Azul dormía. De los
dos enfermeros, uno era un joven irinio y el otro una mujer zahiriana, Kritias
no dudó en clasificarla como tal en cuanto vio el brazalete vital que la ciborg
llevaba en su muñeca izquierda. Los dos sanitarios se mostraron sorprendidos
ante la presencia de Kritias.
-Está todo bien.-
terció Dorian antes de que los enfermeros se violentaran por la presencia del
cónsul.- Se trata de Kritias Sabas. Él fue el cónsul que encontró a la niña y
la trajo aquí desde Antirios.- Ante semejantes palabras, el sanitario irinio se
relajó visiblemente, no así la asistente zahiriana que continuó examinando al
cónsul con una sobrecarga de recelo en su mirada. Kritias prefirió no darle más
importancia de la debida, consciente de la rigidez de la cultura zahiriana,
siempre dispuesta a acatar la orden de un superior sin cuestionarla lo más
mínimo y sin ningún tipo de excepción. Si el mando le había dicho que aquella
habitación era zona secreta, como cabría esperar, resultaba obvio que su lógica
innata le hiciera cuestionarse la visita de Kritias Sabas.
El cónsul se acercó a
la cuna donde dormía Azul. La miró, no con la curiosidad médica con la que la
observaban los oficiales de aquel lugar. La contempló como el que mira a su
propio bebé, sabiendo lo especial que era. Allí estaba sola, desvalida, tan
necesitada de cariño y abandonada a su suerte. El propio Kritias sintió que el
mismo la estaba abandonando, dejándola allí, como a un animal de laboratorio.
Alargó su brazo con la intención de rozar su cabecita con los dedos.
Entonces Azul abrió los
ojos, se despertó en ese mismo instante. Kritias tuvo la certeza de que lo
hacía sólo para verle a él, porque él venía a despedirse de ella. La niña le
sonrió, emitiendo a la vez un alegre balbuceo. Kritias no pudo responderle con
una sonrisa, sintió que se le quebraba el espíritu. Deseaba tomarla en sus
brazos y escapar con ella, salvarla de todo lo que la Federación le tuviera
preparado. Fuera lo que fuera, Kritias tenía la convicción de que no era la
vida que merecía un bebé como aquel. Tembló de impotencia. Dejó que la niña
apretara despreocupada uno de sus dedos con su manita derecha:
-¡Adiós, pequeña!- se
despidió de ella sin querer alargar más el momento. Sintió en su mente como la
niña le decía también adiós, comprendiéndolo todo desde su diminuta existencia.
El cónsul se sintió culpable de no poder salvarla de todo aquello, de no poder
cuidarla personalmente. Sabía que era una culpa que lamentaría siempre, como
sabía que volvería a encontrarse con aquella singular criatura, aunque tuviera
que esperar mucho tiempo para ello.
¡Hola, Begoña!
ResponderEliminarMe ha encantado. :)
¡Buen trabajo!
¡Hola, Ruth! Muchas gracias. Espero que te siga gustando mi novela, Besos
EliminarBuenas Begoña,
ResponderEliminarescribes genial. Un buen capítulo para una gran novela.
Besos fuertes.
Miguel.
¡Hola Miguel! Muchas gracias por tu comentario, me alegra que te haya gustado. Si no leíste el prólogo ya publicado puedes hacerlo en el apartado Libros, Samidak. ¡Besos mil!
ResponderEliminar